Bolivia en moto 10 mil kilómetros de aventura

Miércoles, 25 / Jun / 2003
 
(La Paz - La Razón)
Bolivia.com
Un grupo de amantes de la naturaleza se lanzó a conocer el país en tres etapas y por caminos antiguos. Este es su recorrido.

Atravesar Bolivia en moto... de punta a punta. La idea parecía descabellada cuando un grupo de amigos compartió una noche su habitual reunión en el Moto Club de Santa Cruz. Cientos de horas acumuladas en potentes motos todoterreno y decenas de viajes a distintos puntos del departamento hacían pensar que remontar los valles, sabanas, montañas y ríos de Bolivia, por rutas inestables y caminos de cabras, no podía ser un desafío imposible.
Y el equipo era el ideal: tres amantes de la aventura y una mujer que avergonzaría al más valiente de los aventureros. Luis Lavayén, siempre animado y comunicativo; su esposa Martha Bauer, la encargada de inyectar energía al grupo; Jorge Laguna, un hombre que no conoce el miedo y es capaz de solucionar cualquier problema relacionado con las motos y Jorge Morató, el guía del grupo y dueño de los mapas, las rutas y los planes. Ellos decidieron no hablar más y embarcarse en el primer viaje a principios de 2002.

El primer viaje
Ni los dos Jorges ni Luis y menos su esposa pensaban que era demasiado hacer el viaje completo en una sola maratón, pero todos decidieron hacerlo en tres etapas porque tienen trabajos y empresas que cuidar. Sin una razón particular, se encaminaron hacia el sur para recorrer los departamentos de Tarija, Chuquisaca y Potosí.
El primer obstáculo por vencer era qué llevar en la moto. Una semana de viaje normal hubiera requerido de una maleta, cuando menos; pero ¿en una moto? Dos mudas de ropa, lo más imprescindible en efectos personales y eso sí, muchas herramientas para resolver hasta el problema más complicado con las motos.
Al sur se va por el Chaco. En enero es toda una proeza ir en moto por caminos polvorientos sin una gota de agua donde refrescarse y el suelo que parece hervir por la temperatura.

Remontaron Camiri y Villamontes hasta llegar a Yacuiba, donde tuvieron el primer percance. La moto de Jorge Laguna se arruinó. Tuvo que ser remolcada 100 kilómetros hasta encontrar en Tarija un mecánico que pudiera solucionar un serio problema en el motor. La salvación fue Hugo Ruiz, un jocoso motoquero chapaco que puso a disposición su taller. Todo se arregló.
Los disgustos mecánicos fueron recompensados con el buen clima y los paisajes vallunos. La gente complementaba con su alegría y amabilidad. Saludaba a los viajeros que pasaban por los pueblos y los trataba con hospitalidad. Así sucedió en Entre Ríos, Villa Abecia, Camargo, Cotagaita, Tupiza y decenas de otras poblaciones tan apacibles que el sólo ruido de las motos causaba gran alboroto.

Otro premio para el espíritu aventurero del grupo fue llegar al salar de Uyuni, destino de cualquier turista que quiera conocer un lugar maravilloso. Atravesarlo en moto resultó una experiencia imborrable. Gracias al GPS, un pequeño aparato electrónico que ayudó a ubicarlos por medio del satélite, el grupo recorrió con libertad ese mar blanco donde es muy fácil extraviarse. El terreno era duro, pero la ausencia de obstáculos permitió desarrollar grandes velocidades. Y en el lugar abundaban los atractivos, la Isla del Pescado era uno de ellos.
La primera etapa concluyó con la visita a dos lugares históricos, antiguos e infaltables en esta primera etapa: Sucre y Potosí. Y llegar al Cerro Rico fue inolvidable...

El oriente y la Amazonia
El primer viaje sólo sirvió para inyectar más entusiasmo y hacer planes para la segunda aventura. Pero había que esperar. No se podía emprender rumbo al Beni y otros sitios de la Amazonia boliviana en época de lluvias. Entonces, llegó agosto, bajó el nivel de los ríos y las motos empezaron a rugir por los rojizos caminos benianos.
El grupo contagió su entusiasmo a Fernando Coímbra y Víctor Hugo Baldivieso, dos expertos motoqueros que se sumaron al nuevo desafío. Y la firma Imcruz, distribuidora de las motocicletas Suzuki, asumió el papel de patrocinadora del viaje y, a partir de allí, la aventura comenzó a llamarse oficialmente Travesía Suzuki. Entonces, Imcruz puso a disposición una camioneta de auxilio y un mecánico a tiempo completo.

A regañadientes, el grupo, acostumbrado a caminos de herradura, barriales y senderos de montaña, tuvo que optar por el aburrido asfalto para llegar hasta Trinidad, todo a cambio de gozar de la vista de los paisajes y, a partir de allí, seguir las rutas hacia San Ignacio de Moxos, San Borja y Santa Rosa. Llegar a estos pueblos fue como volver al pasado, a lo pintoresco del mundo rural del oriente boliviano. Una lluvia de algunas horas también hizo recordar al grupo en qué lugar estaba. Los caminos de la zona quedaron como pistas resbaladizas, arcillosas y llenas de obstáculos. Fue lo más agotador de esas jornadas.
Navegando por el río Yacuma, a pocos metros de las lanchas, cientos de lagartos, tortugas acuáticas, monos y los famosos bufeos (delfines de agua dulce) hicieron las delicias de los motoqueros.
De la abrumadora selva, por una pampa que apenas deja ver los lomos del ganado, los aventureros llegaron hasta las puertas de la Amazonia: una Riberalta señorial, aristocrática e imponente. Frente a ella corren los grandes ríos bolivianos: el río Beni, el Madre de Dios y el Manuripi.

Caminos de un rojo intenso que cubría de polvo la ropa de los viajeros los condujeron hasta Cobija (Pando), ciudad que contagió ánimo y alegría al grupo, más aún cuando llegó a destino sin problemas. Esos ánimos lo llevaron más allá de la capital pandina, hasta el parque Manuripi-Heat, uno de los más ricos del mundo en flora y fauna y el lago Bay, a tres horas de navegación por el río Manuripi. Un paraíso selvático.
La travesía finalizó en Bolpebra, la comunidad donde confluyen los límites fronterizos de Bolivia, Perú y Brasil y a su vez los ríos Orthon y Acre, zona que fue testigo de un momento negro de la historia boliviana: la Guerra del Acre.

El altiplano
El viaje al altiplano requería una mayor planificación y la búsqueda del momento preciso. Era tal vez la parte más desconocida para el grupo de cruceños. Fue por eso que decidió establecer tres etapas para un recorrido de 11 días. Jorge Morató tuvo que afinar el lápiz para conseguir las mejores rutas, incluyendo una que ya sólo figura en los libros de historia.

A esta última travesía se plegó Diego Hurtado, un joven médico beniano cuya destreza con la moto siempre fue notable. Cuentan que desde que era un adolescente solía viajar de Trinidad a Santa Cruz en pequeñas motos y en medio de los llamados curichales.
A fines de mayo y con una sobrecarga en las motos por la abundante ropa de invierno, el grupo partió usando un antiguo camino a Cochabamba, aun anterior a la carretera construida a principios de los años 50. Fue emocionante pasar por los valles de Pulquina, Saipina, Aiquile y Mizque. Cientos de cruces, colinas y vallecitos hicieron del viaje un bálsamo para la vista, pero un azote para los músculos por lo accidentado de la ruta, llena de piedras y pasadizos.
Sin duda, Mizque sobresalía por su encanto y paisaje. De ahí, por una ruta empedrada de 140 kilómetros, los viajeros no dejaron de admirar semejante obra titánica construida con el dinero conseguido luego del terremoto de Aiquile y Totora. La ruta está bordeada de pinos y eucaliptos, y da la sensación de estar en medio de un paraje de los alpes suizos.

Lo que venía después era sólo frío y altura por una ruta que llegaba a Oruro. El grupo estaba preparado para el frío, pero lo que encontró fue mucho peor. Había llovido y soplaba un fuerte viento del norte. Por momentos, sintió que se le iban debilitando las fuerzas.
El paisaje de la Cordillera Occidental elevó más los ánimos. Esa red de montañas que separa a Bolivia de Chile ofrecía un espectáculo inolvidable. Conos volcánicos nevados se erguían. Camino a Sabaya, la ruta zigzagueante en medio de las montañas era un canto a la belleza natural. Se trataba de caminos olvidados. Así llegaron al Parque Nacional Sajama, donde el turismo ha logrado despertar el interés económico de los pobladores que ofrecen alimentación y alojamiento, algunos de buena calidad.
El nevado del Sajama es el emblema de la región. Esa legendaria montaña, centinela de la frontera, asombró a los viajeros. En el lugar podían disfrutar de aguas termales, géiseres, paseos a los volcanes y admirar especies de fauna y flora altiplánica, que en el parque se conservan casi intactas.

El próximo paso era Charaña, uno de los sitios más fríos de Bolivia. Hasta ese rincón boliviano llegaron luego de atravesar los ríos Lauca, Mauri, Cosapa y Blanco. Es difícil imaginar cuán caudalosos son los ríos del altiplano, pero lo cierto es que vadear esos cursos de agua fue lo más difícil de la aventura en aquel tramo en moto.
Cordillera de los Andes
No se puede hablar de Bolivia si no se menciona a los Andes y para referirse a sus cumbres hay quienes piensan que se debe ir a Chacaltaya, a 5.300 metros sobre el nivel del mar. Sobre esos picos, los valientes viajeros ya estuvieron próximos a alcanzar los 10 mil kilómetros de recorrido en territorio boliviano. Pero el viaje no había terminado aún... faltaba el último esfuerzo.

El historiador francés Alcide d'Orbigny, en su libro Viaje por la América Meridional (1835), hace un relato de su viaje de La Paz a Cochabamba, a lomo de mula, recorriendo los Yungas y luego los valles cochabambinos. Este camino, algo modificado por el tiempo, las máquinas y el trajín, aún conserva gran parte de su trazo original. El paso por laderas de sólo tres metros de ancho y en ocasiones de dos y las cumbres altísimas envolvieron de magia al grupo, mucho más cuando pasó de los Andes a los Yungas, muy cerca del Illimani y el cerro Mururata. Mientras el camino iba ingresando por la espesura de la vegetación tropical, numerosas cascadas acompañaron a los viajeros hasta la zona de La Plazuela, muy cerca de Irupana.
Los motoqueros, siempre dispuestos a derrochar adrenalina, hicieron el camino peligroso de los Yungas a Inquisivi. Y una vía poco transitada los condujo desde Sita hasta Sacambaya, límite entre La Paz y Cochabamba. La fatiga se terminó en la carretera que los llevaba hasta Independencia, Morochata y finalmente la Llajta, el final de la aventura.

Y los 10 mil kilómetros de recorrido dejaron mucho en este grupo de aventureros porque, ahora, sí pueden decir que conocen una buena parte de la magia de Bolivia.
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