Los problemas psicológicos no son enfermedades

El punto de partida para un profundo análisis de los elementos que determinan el comportamiento, como nuestro lenguaje, biografía o contexto, cuyas alteraciones dan lugar a trastornos del comportamiento, no a enfermedades.

El punto de partida para un profundo análisis de los elementos que determinan el comportamiento, como nuestro lenguaje, biografía o contexto, cuyas alteraciones dan lugar a trastornos del comportamiento, no a enfermedades.

Ernesto López y Miguel Costa, psicólogos clínicos y expertos en salud pública, desarrollan en su libro “Los problemas psicológicos no son enfermedades mentales” (Ed. Pirámide) una crítica radical de la psicopatología y una honda reflexión del comportamiento humano, cuyos trastornos comprendidos como patologías son “un mito”.

Una tendencia patente en el trabajo del DSM-V (Manual Diagnóstico y Estadístico), cuya clasificación de los trastornos mentales ha supuesto la expansión de los límites de la enfermedad.

Este aumento de las patologías psiquiátricas registradas tiene su origen, según Miguel Costa, en la conversión de los trastornos de la conducta en trastornos mentales.

“Cuando actuamos de manera desafortunada, cosechamos dificultades que pueden derivar en problemas psicológicos del comportamiento, pero considerarlos como enfermedades es una invención”, afirma.

Una de las principales causas de una conducta disfuncional, origen de diversos trastornos psicológicos, es la falta de adaptación entre el comportamiento, configurado por nuestras reacciones ante los avatares de la vida, y el contexto social.

Nuestra experiencia y el mundo de nuestro comportamiento

La biografía personal y el entorno en el que se desarrolla determinan la aparición de factores de riesgo con respecto a patologías graves, como la esquizofrenia, cuando la persona se ve desbordada por la experiencia vivida.

“Si estoy en China sin saber chino, las dificultades para controlar mi entorno social podrían derivar en problemas crónicos al entrar en una situación de fracaso repetido”, indica.

Por tanto, las reacciones que configuran el comportamiento dependen de una conexión entre biografía y entorno que permita a cada persona desarrollar competencias.

Para conseguir este objetivo en ocasiones es necesario un “tratamiento psicológico de empoderamiento”, en el que cada persona aprenda a resolver las dificultades del contexto en el que vive.

Ello se puede ver dificultado si un comportamiento disfuncional se considera una enfermedad, ya que recurrir al tratamiento farmacológico “para mejorar o aplacar el ánimo puede limitar el repertorio de cada persona, su capacidad de empoderarse”, señala Miguel Costa.

Nuestro yo social

La influencia del lenguaje interior y la imaginación en la salud mental también está relacionada con el mundo en el que vivimos, puesto que estas conversaciones con nosotros mismos parten de un lenguaje social.

“Por ello nuestras propias normas son reglas interiorizadas a partir de un contexto determinado”, afirma.

La falta de correspondencia entre el comportamiento y la norma, al no compartirla, puede generar un problema psicológico de inadaptación a un determinado entorno.

Para evitar este resultado el doctor Costa insiste en “el aprendizaje de la responsabilidad”, donde el padecer las consecuencias de los actos, para bien o para mal, actúa como un regulador de la conducta.

Otro elemento interno que deriva de la realidad y que puede suponer un trastorno del comportamiento es la falta de correspondencia entre lo imaginado y lo vivido.

“Si estos elementos no coinciden, la incoherencia que provocan te obliga a pensar en ella o a evitarla, lo que puede dar lugar a alucinaciones”, explica.

Todo ello compone nuestro “yo soy yo y mis circunstancias”, que dijera Ortega y Gasset, donde nuestra conducta es creada y condicionada, y donde sus alteraciones dan lugar a trastornos del comportamiento y no a enfermedades mentales, según los psicólogos clínicos Ernesto López y Miguel Costa. EFE

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