La
invasión napoleónica a tierra española,
la Revolución Francesa y la independencia de Estados
Unidos trajeron vientos de cambio y libertad sobre los americanos.
Los criollos -que durante años habían soportado
el estigma de haber nacido en el Nuevo Mundo, sin derecho
a acceder a puestos públicos y bajo la eterna sombra
de los ibéricos- cultivaron un gran resentimiento.
Pero
fue después del cerco a la ciudad, liderado por el
caudillo Túpac Katari, que los paceños recién
empezaron a cultivar las semillas de la emancipación.
Así,
los patricios unieron fuerzas con mestizos e indígenas
para organizar el levantamiento revolucionario del 16 de
julio, durante la procesión de la Virgen del Carmen.
Los
criollos convocaron a cabildo abierto y organizaron la Junta
Tuitiva y fue un mestizo el que encabezó el movimiento:
don Pedro Domingo Murillo.
Los
aires de libertad se respiraron hondo en 1809. La independencia
de Estados Unidos y la Revolución Francesa depositaron
en el pensamiento mundial la semilla de la insurrección.
Las
colonias españolas, que habían vivido durante
tanto tiempo a la sombra del Rey, ahora veían la
oportunidad de trazar sus propios caminos luego de que Napoleón
invadiera la Madre Patria en 1808.
A
fines del mes de mayo, los ibéricos se organizaron
en juntas provinciales para resistir al invasor francés,
logrando que para septiembre del mismo año, una Junta
Central invocara el nombre del Rey y solicitara la unidad
de España con los dominios americanos.
Para
el Nuevo Mundo estos hechos eran una clara señal
de la crisis de legitimidad política y de poder que
atravesaban los españoles en las colonias. Las tierras
que se habían regido con los designios del Rey, de
pronto ya no tenían a quién obedecer. Y fueron
los criollos, la clase que pugnaba para tomar el poder político
de la región, los que tomaron el control de los acontecimientos.
Los
criollos o patricios, hijos de españoles nacidos
en tierras americanas, vivían a la sombra de los
peninsulares. Pese a haber conseguido poder político,
económico y militar, un criollo debía someterse
siempre a los mandatos de un español, que aunque
se tratase de un recién llegado, tenía el
derecho pleno de ocupar los cargos importantes. Y es que
para la Corona el linaje tenía más importancia
que cualquier otro mérito. Para acceder a cualquier
puesto, el postulante debía presentar primero una
limpieza de sangre, en que se probara, con un gran número
de documentos, la calidad de su casta y estirpe.
Estos
sentimientos encontrados se vivieron también en el
departamento de La Paz, donde se gestó la reivindicación
patricia. La rebelión de Túpac Katari que
cercó la ciudad en 1781, a pesar de no obtener éxito
y ser aplacada por españoles y criollos peleando
juntos en un solo frente, sacó a la luz las profundas
contradicciones políticas, sociales y económicas
que en ese entonces vivía la sociedad colonial. Encendida
esa mecha, en La Paz empezó a germinar el pensamiento
libertario de nuevo, pero esta vez partía de los
criollos.
El
25 de mayo de 1809 se dio el primer paso, con un acto de
profundo contenido político que la historia recuerda
como el Primer Grito Libertario, en Chuquisaca, donde los
insurgentes lograron deponer al Presidente de la Audiencia
de Charcas, encendiendo el interés de los paceños
que empezaron a reunirse clandestinamente con tintes revolucionarios.
Este
movimiento se armó con tal rapidez que para la llegada
de los emisarios chuquisaqueños ya se estaban dando
los últimos toques a una sublevación cuidadosamente
planificada. El plan consistía en iniciar la revuelta
durante la tarde del 16 de julio de 1809, aprovechando que
toda la atención estaba depositada en la fiesta de
la Virgen del Carmen.
Mientras
se realizaba la procesión de la patrona castrense,
a eso de las 19.00 los revolucionarios tomaron el cuartel
de Veteranos, donde pidieron Cabildo Abierto y depusieron
al gobernador Tadeo Dávila, al obispo Remigio de
la Santa y Ortega. Los realistas no se enteraron de la revuelta
hasta el día siguiente, pese a que el intendente
interino, Tadeo Dávila, ya sabía con antelación
de los planes revolucionarios, pero prefirió ignorar
las denuncias hechas por vecinos sobre las sospechosas juntas.
Cuando
los insurrectos tomaron el control, organizaron la Junta
Tuitiva. El 22 de julio se le ordenó al mestizo Pedro
Domingo Murillo que desempeñe el cargo de Coronel
Comandante de la ciudad. Las reuniones lograron crear un
gran tumulto que incluyó en sus filas no sólo
a criollos, sino a mestizos e indígenas que se unieron
como fuerza de choque en la movilización.
A
raíz de la creación de la Junta Tuitiva, circularon
varias proclamas: mientras una aclaraba la lealtad de Murillo
al movimiento, otra explicaba a los potosinos los motivos
que impulsaron a las acciones del 16 de julio. El 27 de
julio, la Junta lanzó la proclama más conocida
que en su texto declaraba la independencia de las colonias,
siendo enviada a las principales ciudades en espera de su
pronunciamiento y adhesión a la causa.
Ante
el peligro de la aproximación de tropas realistas
al mando de Goyeneche, quien pese a las sospechas de ser
partidario carlotista fue llamado para sofocar la insurrección,
los revolucionarios se alistaron para la defensa marchando
hasta Chacaltaya en espera del enemigo. Mientras eso sucedía,
se produjo una contrarrevolución encabezada por Pedro
Indaburo, quien apresó a Murillo acusándolo
de traición. Calmados los ánimos, Indaburo
fue ajusticiado por Antonio de Castro.
Poco
después, llegaron las fuerzas de Goyeneche a la ciudad,
lo que obligó a los patriotas al repliegue de sus
fuerzas hasta los Yungas, donde entre octubre y noviembre
de 1809 fueron derrotados en los combates de Irupana y Chicaloma,
donde perecieron Victorio García Lanza y Antonio
de Castro. Murillo consiguió huir, pero fue apresado
los primeros días de diciembre en Zongo. Así,
los cabecillas restantes cayeron poco a poco.
Algunos
patriotas fueron condenados a prisión perpetua en
las Malvinas y Filipinas luego de la confiscación
de sus bienes, mientras que el 29 de enero de 1810 se cumplió
la sentencia de muerte para nueve protomártires de
la independencia: Juan Antonio Figueroa, Basilio Catacora,
Apolinar Jaén, Buenaventura Bueno, Juan Bautista
Sagárnaga, Melchor Jiménez, Mariano Graneros,
Gregorio García Lanza y Pedro Domingo Murillo, quien
pasó a la historia como autor de la célebre
frase: "La tea que dejo encendida, nadie la podrá
apagar, viva la libertad."
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