"Que las consultas unan y no dividan a la gente"

Domingo, 18 / Jul / 2004
 
(La Razón)
Bolivia.com
Iván Marulanda, consultor OEA (extracto de exposición)

Los individuos que son comunes eligen representantes, lo que quiere decir que delegan en pocos sus determinaciones. Les dicen, vayan ustedes en nombre nuestro y reúnanse con quienes piensan diferente a nosotros o representan realidades o intereses distintos, y pónganse de acuerdo con ellos en cuáles son las reglas de la vida que deben regir a todos por igual, de tal manera que se pueda vivir y progresar en paz. Resulta aparatoso e imposible como evento físico, que comunidades enteras se trasladen a un sitio a encontrarse con otras para discutir entre ellas. Eso no resulta práctico, como tampoco que las gentes tengan que abandonar su trabajo para irse en convite a deliberar. Además, entre los grupos siempre hay quienes son más parlanchines, más ingeniosos de convencer y, entonces, sobra que asista todo el mundo. Los eligen para que representen el pensamiento y los intereses de todos. Así funciona la democracia representativa.
Pero, la democracia son más cosas. Y, para no agregar ni una, hablaré de la democracia directa, en la que hacen sus primeros pinos los bolivianos. Hace 2.500 años, las aldeas de la antigua Grecia se reunían en las plazas para decidir sus asuntos públicos. Fue la primera expresión de la democracia directa. Hace poco más de 10 años en Berna, Suiza, vecinos de un barrio se quejaban de que los domingos el tañido de las campanas de la iglesia les perturbaba el descanso. Se decidió que lo resolviera la comunidad y convocaron a consulta popular.
Esta historia traduce la cuestión de qué tipo de materias ameritan el esfuerzo colectivo para decidir con el voto. Existen asuntos que ofrecen complejidades peculiares que ni los congresos ni los gobiernos se sienten con suficiente poder para decidir. Sólo el desideratum popular resulta inapelable.
Algunos dicen que la fiebre electoral de Latinoamérica para decidir sobre asuntos de interés público está asociada también a la incompetencia de los políticos, que perdieron credibilidad para representar al pueblo. También es cierto. Y mientras sea así, proliferará la democracia directa con sus convocatorias al pueblo para que legisle y hasta para que gobierne. A ese paso, de pronto nos veremos como los antiguos griegos del ágora levantando la mano o rayando la papeleta para decidir en la urna sobre lo divino y lo humano. Aunque no creo. En la crisis, los partidos y los políticos van a regenerarse. La sociedad los necesita para funcionar y ellos necesitan trabajar.
Ya metidos en los plebiscitos y referendos, hay que poner ciertas cosas en su sitio. Que las consultas populares unifiquen y no dividan. Que aclaren y no confundan. Que resuelvan problemas y no los compliquen. Que potencien a la sociedad y no la debiliten. Que levanten los ánimos y no desmoralicen. Que eleven la autoestima. Que traigan progreso. Que refundan en el olvido el garrote y fortalezcan la civilización, la tolerancia, el derecho.
Para que ello resulte, las reglas de juego deben ser claras y los árbitros justos. Y al ciudadano debe entregársele información abierta, imparcial, abierta, clara, completa, fiel, para que decida con su criterio.
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