Bolivia alberga a más de 80 especies

Viernes, 08 / Jul / 2005
 
(La Paz - La Razón)
Bolivia.com

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Mueven sus alas de tal forma que pueden avanzar hacia adelante y hacia atrás, como pocas aves del planeta, son claves para el proceso de polinización y defienden su territorio con aspereza ante los extraños.

Otra vez el barullo en el jardín, y el ruido proviene, como es de esperar, del arbusto de farolillos japoneses. Algunas de las flores color salmón se sacuden de manera súbita cuando un colibrí Coruscans verde trata de embestir en un ataque aéreo a un gorrión polizonte que se encaramó en el arbusto. La batalla es fulminante y termina cuando el pajarito invasor escapa hasta el tejado vecino en un vuelo fulgurante. Y nuestro colibrí retorna vencedor posando finalmente toda la fragilidad de su cuerpo en la ramita de un ciruelo. Mientras, desde allí vigila atento el arbusto, haciendo notar su más reciente victoria, y pasados unos minutos todo vuelve a la calma.

Esta escena se repite con frecuencia, con más de la que algunos piensan, en muchos jardines y parques de la ciudad que están llenos de vida. Basta con que alguna de las flores del lugar acumule néctar suficiente en su interior para que llame la atención y acudan zumbando montones de colibríes o picaflores de diferentes tamaños y colores. Pese a ser pequeños, son pájaros que no se dejan. De temperamento fuerte y gallardo cuando hay que defender el territorio, el colibrí no pasa desapercibido ante las demás aves, y el fino plumaje tornasolado y la peculiaridad de su vuelo hacen de que este animal sea un ser único.

Un país privilegiado
Omar Rocha, ornitólogo y aficionado al vuelo de estas diminutas aves, señala al continente americano como el único lugar donde habitan estas miniaturas aladas. Además, la mayoría de estas especies anidan cerca de la cordillera de los Andes. Desde Canadá hasta la Patagonia se tiene registrado un número aproximado de 320 tipos de picaflor distintos, de los cuales, más de 80 se encuentran en Bolivia. Así, se puede decir que éste es uno de los países con mayor variedad de colibríes.

Según Isabel Gómez, encargada del departamento de Ornitología del Museo de Historia Natural, en la ciudad de La Paz y sus alrededores se encuentran como cinco tipos de picaflores clasificados: "Aquí tenemos el picaflor más grande del mundo, el Patagona Gigas, que luce un plumaje marrón, quizás menos vistoso que los de las demás especies, y que a veces llega a pesar hasta

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20 gramos, bastante para un colibrí, considerando que los pequeñitos pesan dos gramos".

El Sapho Sparganura o cola roja, también propio de la región, utiliza, en cambio, el atractivo color cárdeno de su cola extensa para la ceremonia del cortejo con las hembras. Para conquistarlas, lo que hace es revolotear como un cometa a su alrededor. Y a éste suele ser habitual encontrarlo en la zona Sur de la hoyada.
Pero no todos se muestran y son sociables. Una de las especies más esquivas es el Oreotrochilus Stella, de cabeza verde y cuerpo blanquecino. Este picaflor tan huidizo anida cerca de los 4.000 metros de altura. Es por eso que es sumamente difícil hallarlo revoloteando en un jardín.
En contraste, el colibrí Coruscans, protagonista en el comienzo de la nota, es el más común de todos, y el que más se impone con su presencia. De esta forma, su carácter irritable lo convierte en el guardián de parques enteros, y no hay abeja o pájaro que no sepan de la ferocidad de su embiste. Aunque también tiene su lado manso. Y sus plumas verdes y azules lo ornamentan para cautivar con dulzura el corazón de las hembras, que acuden, a veces, en busca de comida a los mismos árboles.

Con un territorio ubicado en zonas más altas, en las laderas paceñas para ser más precisos, el Amazilia Chionogaster, de aspecto más sobrio en su plumaje café con motas grises, es terriblemente territorial, al igual que sus vecinos. Este picaflor aletea entre los riscos de los cerros en Koani, buscando libar la delgada flor amarilla de la kantuta silvestre.

Llenos de sorpresas
Pero si la variedad, que ya de por sí sorprende, más llaman la atención las características de estos animalitos. Así lo hace notar Omar Rocha cuando explica, por ejemplo, cómo estos pájaros aletean hasta 80 veces por segundo, comparándose únicamente su tipo de vuelo con el de los moscardones, quienes pueden alcanzar una velocidad de incluso 200 aleteos por segundo.
"Esta curiosa habilidad —continúa Omar— les permite mantenerse en el aire para libar con total comodidad el néctar de las flores. También, volar hacia atrás, lo que no pueden hacer otros pájaros".

"El peso de estas aves, entre tanto, se concentra sobre todo en los músculos pectorales, muy desarrollados", comenta Isabel Gómez. Esto les permite volar con una mayor ligereza e impulsarse con precisión, cuando hace falta, contra cualquier

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insecto que ose tratar de invadir mínimamente alguna parcela de su territorio.

Y es que, antes que cualquier otra cosa, los picaflores se protegen. Por eso sus nidos, que generalmente tienen la forma de una copa y están elaborados con materia vegetal, los construyen en lugares siempre inaccesibles para los depredadores. Tanto así que ni siquiera están al alcance del hombre. Esa seguridad hace que puedan poner sus huevos, que en ocasiones pesan hasta medio gramo, con una total tranquilidad.

Sobre los lugares escogidos, mientras, los hay para todo gusto. Y todo depende de cada especie.
Los Patagonas Gigas, por ejemplo, edifican su casa en la punta espinosa de los cactus, y es por eso que Mallasa es una de las zonas en las que más se dejan ver. De esta forma, evitan que los cernícalos —aves de rapiña— hambrientos merodeen cerca de los nidos tratando de atrapar a los jóvenes pichones.
Otros colibríes, por el contrario, prefieren anidar en la frondosidad de los árboles más altos, eucaliptos y pinos que albergan a los jóvenes polluelos que tratan de pasar desapercibidos quedándose en silencio cuando sus padres están ausentes, pues el peligro llega, a veces, desde flancos insospechados.

El dulce de las flores
Nectarívoros por excelencia, los picaflores no descartan añadir de vez en cuando a su menú algunos insectos desprevenidos que pillan al vuelo. Además, existen estudios donde se ha comprobado que durante un día pueden alimentarse de hasta 300 insectos. "Tienen el metabolismo rápido en comparación con otras aves. Asimismo, comen azúcar todo el tiempo para batir con fuerza sus alas", añade Gómez, a modo de curiosidad.

Pero el fascinante mundo de los picaflores no se detiene en la destreza de su vuelo o en la belleza de su plumaje. Y lo que más sorprende de sus hábitos es la utilización de una técnica para combatir las bajas temperaturas. Ésta consiste en reducir por ellos mismos la temperatura corporal para tolerar así el frío que impera a las noches. "A esto se llama entrar en torpor".

La luz sobre los colores
Con todo, sus características únicas no destacarían tanto si no fuera por el atractivo y singularidad de sus increíbles gamas de colores.
Muestra de ello es el Oreotrochilus, que con una capucha verde esmeralda en la cabeza —que brilla más fuerte a medida que el sol se vuelve más pesado— suele silbar solo en la

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lejanía de los páramos.
Pero lo verdaderamente sorprendente es que los contrastes van de acuerdo a la intensidad de los rayos solares. Es decir, ocurre como con el diamante: se ve la variación de colores en cada una de sus caras en función del grado de luz que reciben. En los picaflores esto se produce debido a la microestructura de sus plumas, que se acomodan de acuerdo a la dirección de entrada de los rayos de sol.

Al igual que los del Oreotrochilus, los colores del Coruscans suelen ser de un esmeralda intenso cuando posa su cuerpo en cualquier rama que se encuentre asoleada. Sin embargo, cuando está de frente y dando la espalda a la luz, su pecho erguido manifiesta coqueto el intenso azul prusiano de todas sus plumas iridiscentes.
Para Omar Rocha, esta iridiscencia —el brillo— de las plumas, que incluso proyectan colores tornasolados o metálicos cuando se exponen al sol, es una característica muy propia de esta especie.

Como también lo es su función en el equilibrio natural, ya que tanto esta clase de picaflor como las otras ayudan a la reproducción de muchas flores y plantas gracias a su protagonismo en el proceso vital de la polinización.
Wilton Rizzo, poeta y escritor colombiano, menciona, además, que los antiguos habitantes mayas tenían ya al pequeño picaflor como uno de sus amuletos predilectos para salir airosos en las conquistas amorosas y en cualquier otra aventura lúdica. "La fortaleza mítica de este pajarillo radica en su plumaje. Es por eso que las mujeres de esas civilizaciones lo solían disecar para llevarlo envuelto en su peinado o en alguna parte erótica del cuerpo".

Ahora, sabiendo todo esto, se comprende mejor el motivo de tanto escándalo en el jardín cada vez que arriba al florido arbusto algún pájaro de aspecto extraño.
Porque el colibrí no se deja. Con su canto, primero advierte a su adversario. Revolotea frente a él, lo enfrenta. Y más violento es todavía si el nido con sus polluelos está cerca, y si su rival no se da por entendido, termina de convencerlo con su afilada "espada".
Su ataque es fulgurante, rápido y certero, y suele terminar con el invasor escapando en veloz vuelo, sin ganas de retornar por el jardín del picaflor en mucho tiempo.
Es su manera de hacer respetar su sitio, de lucirse con la agilidad del vuelo, de mostrarse con sus colores en toda su elegancia, pues, finalmente, se sabe joya alada.
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