La sublevación de Oruro, ¿la primogénita?

Viernes, 10 / Feb / 2006
 
(La Paz - La Razón)
Bolivia.com
Oruro destaca por ser la primera y la única ciudad en el siglo XVIII que reconoció la autoridad del Inca con todas las consecuencias que ello significaba.

En el último tercio del siglo XIX, como parte de los condimentos de la lucha regional y de la necesidad de consolidar el nacionalismo boliviano con hechos heroicos, varias ciudades, especialmente La Paz y Sucre, se disputaron la primogenitura en la lucha por la libertad. No importaba constatar qué ciudad había sido la primera en fundarse, sino qué ciudad fue el escenario del primer grito libertario o el escenario del grito más rebelde. Un debate que aún resucita. En ese contexto, historiadores orureños, especialmente Adolfo Mier, reivindicaron que mucho antes de las sublevaciones de 1809, la Villa de Oruro se sublevó, encabezada por Sebastián Pagador.

El error de ese debate fue aislar el estudio de las sublevaciones locales, cuando todas, si bien con sus peculiaridades, forman parte de un profundo y largo proceso, de una lucha por transformaciones sociales y la independencia.

A la luz de las nuevas investigaciones y los intereses historiográficos, que no son precisamente demostrar primogenituras ni supremacías, ya no es tan importante dilucidar cuál de las ciudades fue la primera en dar el más convincente grito libertario, sino cuándo empezó la guerra de la independencia: ¿en 1780 o en 1809?

No se puede entender el proceso de la independencia sin comprender las sublevaciones de Chayanta de agosto de 1780, encabezada por los Catari; la de Tinta iniciada en noviembre por el Inca José Gabriel Túpac Amaru, y la de La Paz, acaudillada por Túpac Catari y Bartolina Sisa, que duró de marzo a noviembre de 1781. Y no se puede entender la sublevación orureña del 10 de febrero de 1781 sin estudiar las sublevaciones indígenas de sus provincias aledañas: Paria y Carangas, donde murieron los corregidores en enero.

El Inca José Gabriel Túpac Amaru llamó a criollos, negros, mestizos, indios y a todos los americanos a sumarse a su lucha contra la usurpación europea. Su revolución tenía como objetivos acabar con la mita, con el tributo indigenal, con el reparto mercantil y con toda pensión a la que estaban sometidos los indígenas.

Para ello, era necesario cambiar de gobierno y restaurar el Incario, pero restaurarlo bajo las condiciones emergentes de dos siglos y medio de presencia española, por eso Túpac Catari era su virrey y llamó a todos los sectores nacidos en América a unirse a su lucha.

Por diversas circunstancias, sólo Oruro se hizo eco. En las otras ciudades, si bien existían criollos y mestizos dispuestos a iniciar la lucha por la independencia, pesó más el miedo. En los grandes mineros criollos y la plebe de Oruro fue más fuerte el resentimiento contra los españoles europeos, les dolía haber perdido las elecciones de alcaldes el 1 de enero, les dolía el bolsillo, las deudas con el fisco y los comerciantes vascos, les dolía que los advenedizos recién llegados ocupen los espacios de poder.

Así, después de días y noches de conspiración, estalló la sublevación que causó la muerte de la mayoría de los europeos de la Villa. La principal protagonista fue la plebe, en la que destacaban los mineros, comerciantes, panaderos, soldados de las milicias con su sargento Sebastián Pagador, sus capitanes Iriarte y Menacho; las mujeres como María Quiroz; personajes pintorescos como el toreadorcito; tacneños y cochabambinos que estaban de paso, curas como los mercedarios, mujeres de todo tipo. En fin, como diría un testigo, es más fácil recordar quién no estaba.

Los miembros prominentes de las familias criollas no estuvieron visibles esa noche en el lugar de los acontecimientos; según los europeos sobrevivientes, dirigieron desde la comodidad de sus casas. Lo cierto es que, consumados los hechos, fueron reclamados y aclamados por el pueblo: el criollo minero Rodríguez se hizo cargo del gobierno de la villa; su hermano, el poderoso minero Juan de Dios Rodríguez, fue nombrado por los indios rebeldes, días previos, corregidor de Paria. Todo ello con el visto bueno del cura criollo Gabriel Menéndez, principal autoridad eclesiástica de la Villa.

Al poco tiempo llegaron los indios rebeldes de las comunidades cercanas; los de Sora Sora encabezados por el minero chileno Diego Flores; los de Challapata, los rebeldes más organizados, con Juan de Dios Rodríguez. Desfilaron todos vestidos de indios, vivando a Túpac Amaru, a los Rodríguez y dando mueras al corregidor Urrutia, prófugo en Cochabamba. Un misterioso hombre arrancó las armas reales del edificio de correo.

A los pocos días empezaron los problemas entre el sector radicalizado de los rebeldes indios y los criollos. Pese a la devolución del tributo, aquéllos no se sintieron contentos y empezaron los saqueos indiscriminados; en los enfrentamientos murió nada menos que Sebastián Pagador. Los de Challapata, comandados por Lope Chungara, consideraron que no era bueno el enfrentamiento entre hermanos americanos y ayudó a expulsar a los más reacios; su acción moderada la pagó con la muerte al volver a su pueblo.

A la muerte de Chungara se hizo cargo de la jefatura de Challapata el alcalde Santos Mamani. Todos los rebeldes de la región altiplánica central, de lo que hoy es el departamento de Oruro, reconocieron a los de Challapata como los jefes principales.

Jacinto y Santos Mamani se escribieron cartas para llegar a un acuerdo, pero el rompimiento fue inminente, sobre todo por culpa de los extremos de ambas partes. Los aliados de febrero se enfrentaron en varias batallas hasta que los criollos alcanzaron la victoria y Santos Mamani murió ahorcado.

Los criollos y mestizos de Oruro se vieron solos; ninguna otra ciudad se atrevió a romper lanzas con los peninsulares. Así que apenas fue sofocada la revolución de los amarus y los cataris a fines de 1782, los peninsulares, al mando del temible Segurola se lanzaron a vengarse de los de Oruro.

Así volvemos al principio, Oruro es primogénita, no tanto por comprobarse que la sublevación tuvo contenidos independentistas, sino por ser la primera y la única ciudad en esa época que reconoció la autoridad del Inca con todas las consecuencias que ello significaba. Fue más su odio al español europeo y su deseo de liberarse, que el miedo de sus paisanos de otras ciudades. Los principales mineros arriesgaron su vida cómoda y sus bienes. En todo ello radica la importancia de la sublevación orureña para los intereses del presente, porque pese a su fracaso fue el primer gran intento de unión entre los sectores étnicos y sociales de una sociedad muy diversa.

Investigación

Más de 1.200 páginas recogen la investigación en torno al 10 de febrero. Los dos tomos de que consta el libro Oruro 1781: sublevación de indios y rebelión criolla, de Fernando Cajías, están en el Instituto de Estudios Bolivianos de la UMSA.
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