Corocoro. El póster de la abandonada calle

Miércoles, 23 / Jul / 2003
 
(La Paz - La Razón)
Bolivia.com

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30 años después, José Issa y Limbert Cabrera aún se ven jóvenes, aunque empolvados. Están en un póster, lo único que queda en una casa de adobe olvidada que conoció mejores tiempos.

No quiero que entren al juego de ellos. No la pisen, entréguenla de inmediato... velocidad y más velocidad es lo que necesitamos...”, las órdenes de Carlos Trigo eran precisas. Corría el 25 de febrero de 1973. Cuando faltaban seis minutos para el final, el balón se desplazaba por los cachos de Limbert Cabrera, quien con un sorprendente disparo vencía a la portería de Irusta, arquero de San Lorenzo de Almagro, el campeón argentino. 1 a 0, arriba Wilstermann. El equipo tocó el cielo.

En la tierra, vibró el país entero. La idea de repetir la hazaña del 63 había retornado con ellos 10 años después. Los bolivianos se aferraron a los últimos seis minutos del cotejo. Wilstermann ganaba y eso era importante. El estadio Félix Capriles de Cochabamba coreaba "¡Bolivia! ¡Bolivia!...". El equipo argentino se desesperaba en busca del empate. El juez Romay de Paraguay pitó el final del partido. Entonces, llegó el éxtasis.

La fiesta se extendió a los nueve departamentos y, con los pañuelos al viento, la cueca Viva mi patria Bolivia se bailó por el triunfo rojo. En Corocoro, localidad ubicada a 137 kilómetros de la ciudad de La Paz, la alegría también fue total.
Al día siguiente, los medios de comunicación reflejaron la hazaña del campeón boliviano. Un cobretacho (como se llama a los habitantes de Corocoro), con alma roja, compró el periódico y luego de leer la

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nota, con cinta adhesiva colocó en una de sus paredes el póster con el campeón boliviano.

Treinta años después, José Issa y Limbert Cabrera —dos de las figuras de Wilster— muestran unos rostros que parecen concentrados en el partido que jugaron en 1973. Aunque en el póster aún continúan pendientes del cotejo frente a San Lorenzo, los jugadores están amarillados, llenos de telarañas, polvo y olvido... como una de las calles mineras de Corocoro.

Ese póster es el único recuerdo de vida —aunque congelado por el tiempo— que existe en una habitación de una abandonada casa de adobe en Corocoro. El pueblo, herido por el 21060, poco a poco fue cediendo ante la muerte, sobre todo aquella calle en la que hasta las arañas dejaron de tejer. Sólo el silencio es hoy dueña y señora de esa ex vía minera olvidada.

De España con amor
Corocoro está en la provincia Pacajes del departamento de La Paz. Primero llegaron los españoles y luego los bolivianos hace dos siglos y medio atraídos por la minería. En 1874 el sitio llegó a contar con 42 mil habitantes. Un periódico vio la luz en este pueblo años después. Incluso se acuñaron monedas en cobre. Entre 1906 y 1907 se fundaron tres bancos. Siete tiendas de exportación e importación abrieron sus puertas. Ahora, sólo 11.813 personas circulan por sus calles (a pesar de que esa cifra contempla toda la región y no sólo el pueblo), según el último censo del Instituto Nacional de Estadística. Y el cuartel Tarapacá se trasladó allí, dándole al lugar un poco de vida a través de los conscriptos.

“Ya

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no me acuerdo cuándo realicé la última boda en Corocoro”, cuenta Valentín Sanz García, el párroco español que hace 36 años oficia misas en ese pueblo paceño.
Este hombre, para el que no es importante afeitarse, mira el pueblo en el que ya no se ofician muchos matrimonios. “Antes yo celebraba bodas cada semana, ahora no”, explica un poco más con un dejo de nostalgia, mientras se acaricia la barba. El cabello encanecido le llega más abajo de los hombros y tampoco tiene la menor intención de cortarlo.

La mirada de Sanz recorre el lugar hasta que con sus palabras se traslada a Segovia, población cercana a Madrid (España). “Yo nací allí. Después de que me recibí de sacerdote me embarqué desde Barcelona hasta Arica y luego rumbo a La Paz”, cuenta y echa el humo entre los dientes con los labios apenas separados. Ese año, Sanz viajó 23 días por mar y no pensó quedarse tanto tiempo en Bolivia.
El sacerdote llegó al país al finalizar la década del sesenta. Vivió la euforia wilstermanista de 1973 y también estuvo en la época conocida como de la teología de la liberación. “Antes nuestra opinión era importante en esta región. Los mineros tenían la boca cerrada y los curas hablaban en representación de ellos”, recuerda con cierto orgullo nada disimulado.

El Diablo y el cóndor
Sanz cuenta que antes de entrar a la mina conoció al tío. “Es una pequeña estatua que está ahí y los mineros la veneran”. En Corocoro aún viven las tradiciones. La Supaycalle es una de ellas.
Esta Calle del Diablo es un cañadón en las afueras. Roberto

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Manzaneda Flores relata que no se animó a pasarla “por miedo”. “Hay gente que pasa por ahí y, de pronto, si está con instrumentos musicales, aprende a tocar. Pero toca con el temple del Diablo”.

El Cóndor Jipiña es otro de los atractivos. Es un lugar ubicado a media hora del pueblo y sólo es posible acceder allí caminando.
Daniel Apaza Mamani recuerda muy bien la historia del Cóndor Jipiña: “Antes había dos cóndores que cuidaban la riqueza del cobre. Entre los dos hubo problemas, entonces pelearon. Uno de ellos le sacó los ojos al otro y el vencedor quedó encantado”. Como testimonio de esta batalla existe un lugar imposible de penetrar sin la orientación de un guía, allí se puede observar a un cóndor de piedra de dos metros y medio de altura.

Lechín y el Wilster

En el templo de Corocoro, que permanece desde 1906, fue bautizado Juan Lechín Oquendo. Algunos lo recuerdan con cierto desprecio: “Para regalarle una medalla a Lechín tuvimos que buscarlo más de dos semanas. Él venía a Corocoro a escondidas”, es lo que reclama Daniel Apaza Mamani del líder sindical. Lechín “nunca aceptó que era de Corocoro”.

En el setenta, el padre Sanz celebraba la misa en una iglesia tan llena como el estadio Félix Capriles, cuando el campeón boliviano superó a su similar de Argentina. Hoy, ese es sólo un recuerdo.

Hace años, algún cobretacho decidió emigrar y lo hizo tan de prisa que olvidó el póster de Wilstermann, donde Limbert Cabrera aún cruza los brazos y se apresta a enfrentar al campeón de Argentina en un partido inolvidable.
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