Arani al calvario de La Bella hallada en un río

Miércoles, 17 / Sep / 2003
 
(La Razón)
Bolivia.com

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Los tres días de fiesta empiezan con la visita a la Virgen. Allí se compran casas para challar con chicha y chicharrón al ritmo de las bandas.

La fe no sólo mueve montañas, también las perfora. El golpe mudo del mazo no calla hasta que los brazos de una rolliza mujer consiguen arrancarle un trozo de roca al ya maltrecho calvario. El alquiler del martillo de piedra le costó dos bolivianos, suma con la que obtiene la piedra que llegará a su casa como señal de buena fortuna, una vez consiga las respectivas bendiciones de la Virgen La Bella.
A 52 kilómetros de la capital cochabambina se encuentra Arani, un pintoresco y próspero pueblo delatado por el agitado movimiento vehicular y el alargamiento de sus calles. Joya de los valles altos, el pueblo enorgullecido por el sabor y tamaño de sus panes festeja del 23 al 25 de agosto la fiesta de su santa patrona, la Virgen La Bella.

Ni los días hábiles ni las actividades comerciales son impedimento para que las tres jornadas de celebración se inicien en la severidad del calvario para pasar al colorido jolgorio de la cacharpaya.

No había salido el sol de su escondrijo cuando las polleras y los hombros de Wilma Cáceres salieron de su casa cargados de chicha, cerveza, refresco y chicharrón recién cocido. La mujer, de 29 años trenzados bajo el sombrero, se encaramó en la cima del calvario a las 7.00. Cuando llegó, el cerro ya estaba lleno de comerciantes que esperaban a los peregrinos con toda su artillería de objetos para bendecir. El ajetreo había comenzado. Jóvenes y mujeres recogían piedras de todo lado para construir las "casas" que los feligreses comprarán simbólicamente para la Virgen.

Las "casas" no son más que unas parcelas repartidas entre los que llegan primero al terreno. Fueron amuralladas con piedras hasta alcanzar más o menos un metro de altura. Son cubiertas con eucalipto y trozos de madera. Llevan en su seno alguna rama como si se tratase de un árbol diminuto. Allí, la tarde se llenará de fiesta, música y baile. Wilma, si tiene suerte, podrá vender la casa que construyó en 30 bolivianos y comercializar la chicha y el delicioso chicharrón.

El templo de la Virgen
Una llovizna cae levemente sobre las casas de Arani. Son las 9.00 y los peregrinos llegan en tropel. Efraín Rojas, con el cabello crespo y el rostro moreno, de 26 años, aparece acompañado por sus amigos Daniel Flores Montaño (27) y Jeanette Rojas (29). Daniel y Jeanette son novios y subirán al calvario para ver si tienen suerte y la Virgen cumple sus deseos. Los tres amigos son devotos de La Bella y cada uno tiene un objetivo para ese día.

Los buses

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y taxis de Punata parten llenos cada cinco minutos. Nadie quiere perderse la fiesta. La gente de los pueblos del Valle Alto se reúne en la plaza para comer los tradicionales rosquetes pegajosos y comprar el pan de Arani.
En la plaza, los tres amigos se detienen un momento frente al templo de San Bartolomé, santuario de la Virgen La Bella, construido entre 1735 y 1739 por don Miguel Bernardo de la Fuente.

El templo de Arani es grande y de características únicas: tiene una sola nave en forma de cruz latina y lleva una cúpula recubierta exteriormente con azu- lejos de cerámica artesanal, provenientes del pueblo vecino de Huayculi.
Dentro, la decoración barroca mestiza se apropió de las paredes. A un lado se instala el presbiterio, en el que se luce varios cuadros anónimos de los siglos XV y XVI. En la esquina del crucero derecho La Bella, de rostro moreno y callado, descansa iluminada en el altar mayor bajo la custodia de San Bartolomé. El altar está revestido con plata labrada, por eso y por las obras de arte, más de una vez los ladrones entraron atraídos por las mieles del esplendor barroco.

La neoclásica fachada de la iglesia, remodelada a principios del siglo XX, permanece cerrada. Luego de la misa de la mañana, las ceremonias se han trasladado a la capilla donde está la imagen original de La Bella. "Ni modo", recuerda Efraín. Habrá que encontrar a La Bella en las alturas del calvario.

La empinada cuesta
Al mediodía, el sol salta entre las nubes y, generoso, ilumina la playa tendida en las faldas del cerro. Cientos de automóviles entraron como pudieron sobre el abarrotado césped. Sentados en aguayos y frazadas, los peregrinos, numerosos como hormigas sobre un pastel, empiezan un alegre día de campo al compás de la música que sale de los automóviles.

Efraín, Jeanette y Daniel comienzan a trepar el cerro. Tienen 14 estaciones para escalar. Si el principio del camino empieza con gradas de piedra, en varios trechos desaparecen los escalones, pues con tanto feligrés golpeando el cerro, no faltaron quienes ofrecieron a la Virgen algún trozo de roca del desaparecido escalón.
En cada estación, los amigos se detienen para lanzar una pequeña piedra a la enorme cruz que representa una estación. "Si la piedra se cae, es porque tienes un pecado en tu corazón", sentencia Efraín. "¿Y si no alcanzan las piedras para tanto pecado?", le preguntan sonriendo. La única respuesta es otra sonrisa burlona. Entonces creen que es mejor comprar cerveza en el camino para poder agilizar el paso y calmar a la ya agobiante sed.

Esquivando los cactus y sacando las piedras de las entrañas

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del cerro se puede divisar gente que desciende, pero ebria. Personas de todas las edades suben, descansando de cuando en cuando para recuperar un poco el aliento.
En el camino, rosas, velas y vacas de llamativos colores —para que no falte el ganado en casa— se venden en módicas sumas a los que suben cargando su piedra.
Con el cansancio a cuestas, se vislumbra la pequeña capilla donde la gente se atropella para entrar. En la puerta, cuatro mujeres cuelgan una estampita de la Virgen en la solapa por dos bolivianos.

La capilla de La Bella
Iluminada únicamente por las hacinadas velas en el suelo, la capilla guarda la imagen de La Bella que, según la leyenda, apareció grabada en una piedra en las orillas del río. De ahí la llevaron a ese altar donde cada año los devotos frotan las miniaturas que compraron en el camino contra la imagen para que sus sueños se cumplan. Coches, casa, billetes y juguetes se ofrecen en la puerta de la capilla. Adentro, las lágrimas se confunden con las oraciones que están dirigidas al dorado altar mayor. Dos tímidas ventanas apenas destacan entre el celeste de las paredes. Al salir, los amigos deben buscar una casa para "comprársela" a la Virgen.

Junto a la capilla, doña Flor Flores (25 años) estrena su casa, challándola con cerveza, refresco y chicha. "Es una tradición. Se acostumbra comprar un lote para la Virgen. Nos llevamos esta devoción y te haces casita en el lotecito con las piedras de La Bella", cuenta la madre de los tres niños que corretean entre las piedras. Junto a su casa está la de doña Angélica, su mamá. Ambas son de Sacaba y llevan en el pecho la imagen morena de La Bella. Los cohetillos vaticinan que la casa que pidieron se hará realidad.

Efraín continúa buscando una casa vacía, pues la mayoría de las construcciones está ocupada. A su derecha ve cómo la familia Valderrama entra por la estrecha puerta de un terreno amenizada por una banda que le dedica unas fanfarrias. Las serpentinas y las flores vuelan por los aires. Luego de un brindis con chicha, los amigos empujan a la pareja propietaria de la casa, la que cae apara- tosamente sobre las piedras para tomar posesión. Con el ritual realizado, la banda suelta una alegre cueca que se baila al son de los cohetillos, utilizando algunas ramas y rosado papel higiénico a manera de pañuelo para el baile de rigor. La banda, completando el convenio de tocar tres piezas por 20 bolivianos, interpreta la alegre versión del Mariachi Loco.

Un bombo, un acordeón y un saxofón suenan en la casa de la familia Vásquez. Es la orquesta Pachula que está ejecutando una versión bailable en español

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de la canción de The Carpenters, Jambalaya. Todo el lugar es un festejo. Las bandas se confunden, los vendedores de chicha vacían sus baldes y la mixtura ya ha conquistado más de una cabeza. Pero Efraín y sus amigos siguen sin encontrar una casa para comprar.

Guiados por el alegre baile de dos entonadas cholitas que dan vueltas desplegando las polleras hasta sus cinturas, Efraín y sus amigos hallan a doña Willma, quien se ocupará de atender al grupo de amigos. Presurosa ofrece la casa y la chicha que cuesta seis bolivianos el balde. El chicharrón sale de la olla para llenar los platos.
Efraín le compra la casa a la señora, quien lleva cuatro años atendiendo en la fiesta de Arani. Los cohetillos revientan y la fiesta se inicia. Siete baldes de chicha corren por las gargantas de los amigos que, animados por el alcohol, revelan el motivo de su devoción.

Daniel Henry Flores y Jeanette Rojas esperan poder casarse este año. "Proyectamos un matrimonio para que la Virgen nos bendiga. Somos de Arani, pero vivimos en Collpa Baja. Todos los años estamos aquí y pedimos que nos ilumine en nuestro futuro", asienten los ojos enamorados de Jeanette.
Efraín está ahí para pedir perdón. "Cuando era changuito venía a hacer casas aquí, como la señora. Allá tenía mi lotecito y vendía en 30 bolivianos. La gente venía, chupaba y se iba. Entonces, de nuevo arreglaba la casita para venderla a otra persona. Me he avivado. Pero cuando me estaba yendo, de pronto me he caído hasta abajo, mi rodilla casi pierdo. La virgencita me ha castigado y, desde esa vez, nunca más he hecho eso", recuerda Efraín, quien acude cada año para limpiar su culpa.

El cielo se nubla y oscurece, pero la fiesta continúa. Los parlantes gigantes ya se escuchan en la plaza y el viento barre con los visitantes que abrazados descienden las escaleras. Si subir fue difícil, bajar es peor por la escasa luz y la poca coordinación, cortesía de la chicha. Al descender, luego de sobrevivir varios resbalones, los amigos entran en la vereda de los sauces llorones.
Más y más chicha. Camiones cargados con más de 20 parlantes musicalizan las calles en espera de la fiesta del domingo, que seguirá después de la misa en San Bartolomé y la feria en la plaza.

El lunes, la cacharpaya presentará a 45 fraternidades que bailarán en un recorrido de unos cuatro kilómetros. Allí, sonriente, estará atendiendo Wilma, quien retornó a su casa con las ollas y los baldes vacíos a la espera de la próxima fiesta de La Bella en Arani cuando todo volverá a empezar nuevamente como cada año, con la única diferencia de que el cerro tendrá menos piedras.
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