El Alto es la ciudad de las bicicletas y del olor a neumáticos quemados

Viernes, 17 / Oct / 2003
 
(Santa Cruz - El Nuevo Día)
Bolivia.com
Ingresar a la ciudad alteña es difícil, pero salir de noche sin ayuda es imposible por la cantidad y magnitud de barricadas.

¡Prohibido pasar carajo!, es el grito de uno de los cientos de alteños apostados en el puente del peaje de la autopista que une El Alto con La Paz.

En ese momento, cuando era el mediodía del miércoles, la camioneta blanca de este diario que llevaba dos periodistas se detuvo ante las amenazas. Debido a la beligerancia, los reporteros salieron para tratar de negociar su paso a la urbe alteña.

Los bloqueadores, todos hombres entre los 15 y 35 años, bajan corriendo de los cerros para averiguar quiénes se animan a tratar de entrar a su ciudad. Rápidamente los periodistas son rodeados recibiendo preguntas inquisidoras. ¿Quiénes son?, ¿A dónde van?, ¿A qué?, ¿Por qué?

Los atemorizados comunicadores intentan satisfacer esas interrogantes e incluso ven amenazada su integridad física. Uno de los manifestantes sugiere acabar con el parabrisas del vehículo y otro pretende echar a los intrusos a patadas. Al ver las actitudes violentas, Emilio, un dirigente, sale a la palestra para sugerir calma. Él será quien, luego de exigir las credenciales, se convertirá en el guía de la ciudad. Así, como si se tratara de una fortaleza prohibida, se produjo el ingreso a la tercera ciudad más grande del país y que hoy cumple los nueve días de conflicto. Por sus avenidas se siente el olor a tóxicos quemados (plásticos y neumáticos), y sólo se ve a personas caminando o bicicletas como único medio de transporte.

Por el centro, El Alto muestra el ambiente de protesta generalizada en la que actualmente viven sus habitantes. Su forma básica de luchar es el bloqueo de las calles: con piedras, troncos, alambre de púas letreros de señalización, postes de luz, jardineras y árboles. En algunos lugares, según se contó, incluso se hallaron lápidas que seguramente vienen de un cementerio.

En la Urbanización Rosas Pampa, un largo tramo de la vía férrea fue desnivelado. Es inevitable la pregunta sobre cómo se habrá logrado aquello, que debió requerir tanta fuerza y paciencia.

Los alteños justifican los destrozos con la causa mayor que es la lucha: al principio, la industrialización del gas que ahora está en segundo plano, ya que después de las decenas de muertes por las balas del Ejército, ahora el objetivo es la renuncia del presidente Gonzalo Sánchez de Lozada.

“Aquí no hay partidos ni sindicatos, ésta es una lucha de toda la población que está cansada de este Gobierno”, dice Edgar, vecino de El Kenko.

El ambiente en la ciudad es tenso. Todos están atentos a que sus medidas de presión se cumplan con rigor. Aquellos que se atreven a desobedecer pagan las consecuencias, como lo expresan dos vehículos quemados que bloquean las vías de ida y vuelta. Esos motorizados fueron incendiados el sábado, luego de que el Gobierno arremetiera contra los protestantes dejando una veintena de muertos por bala. Aún sale humo de la chatarra.

En la entrada a los barrios de Villa Bolívar A y B, avenida Bolivia, 21 de Diciembre, Urbanización Huara, Alpacoma Ventilla, Atipiry, Senkata y la avenida Blanco Galindo, el ambiente es el mismo: violencia y temor. Las personas expresan su enojo con gritos en contra del Gobierno, pero se declaran asustadas por la posible presencia del Ejército. “Tenemos miedo que vuelvan a matarnos”, confiesa Elena, una joven de 18 años que presenció las muertes en Ventilla. El recorrido de este medio se prolongó hasta horas de la noche. Entonces, en todas las esquinas se pudo ver un promedio de 10 a 15 personas por cada fogata. Se contaron treinta en un solo barrio. “Estamos en vigilia por miedo a que vuelva el Ejército”, dice una mujer con su niño en la espalda.

Si entrar fue difícil, salir se hizo casi imposible. Buscar una vía para llegar al camino hacia La Paz, en medio de la oscuridad, se convirtió en una odisea. Con la ayuda de algunos vecinos se pudo lograr. A diferencia de la belicosidad de la mañana, por la noche el trato fue amable. Si van a la ciudad, dijo un vecino, díganle al Goni: “El Alto de pie, nunca de rodillas”.
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