Como la cueca boliviana, Nilo Soruco, inmortal

Cultura - Lunes, 19 / Jul / 2004
 
(La Paz - La Razón)
Bolivia.com
Nació un 6 de julio. Ya no está, pero su canto acompaña a sus compatriotas con un mensaje de esperanza: después de la noche el gran día llegará.

Su pasión fueron las cuecas. Quería que las más bonitas le pertenezcan y nunca supo si ese su íntimo deseo era defecto o debilidad. Lo cierto es que las que compuso en letra y música —algo más de medio centenar— no solamente están entre las más bonitas, sino que forman parte del sentimiento e identidad del alma boliviana.

"Yo soy hijo de la cueca. El padre es Pío Martínez, el famoso Senka Martínez, que murió en la bohemia del Bermejo, que se lo llevó. Soy hijo de la cueca y mi canto lo expreso en una cueca", aseguraba este tarijeño que llegó al mundo el 6 de julio de 1927 —no alcanzó a cumplir los 77 años— en una casita de la calle Ancha, hoy calle Cochabamba, del barrio de San Roque de Tarija.

Fueron cantos de alegría, de esperanza a pesar de las dramáticas vicisitudes de su vida, de denuncia y de dolor; especialmente de aquel dolor que le produjo el exilio de cuatro años en Caracas, Venezuela, que le dejaron "sangrando en la pena, llorando la angustia de encontrarse lejos del pago".

De ese tiempo de angustia y soledad, del exilio entre 1974 y 1978, data la cueca que, en principio Nilo Soruco la llamó La exiliada y que, más tarde, la denominó La Caraqueña, como se la conoce.
La primera versión en la voz y guitarra del chapaco llegó clandestinamente a Bolivia en una modesta grabación y, muy pronto comenzó a cantarse en voz baja. En poco tiempo se convirtió en la canción de guerra de exiliados y no exiliados, que soportaron los regímenes de fuerza militar de esas décadas (1970-1982).

"Nadie le pondrá muralla a nuestra verdad. Nunca el mal duró 100 años ni hubo cuerpo que resista. Ya la pagarán. No llores prenda, pronto volveré"... Eran versos que se cantaban con la fuerza de la esperanza y la ansiedad de libertad e hicieron del retornar, volver a la tierra, un imperativo. "El vendaval de la vida a otras tierras me llevó y, en la ausencia me clavaron 10 mil puñaladas de puro dolor. Sangrando estás, mi río natal porque en tus verdes sauzales callaron las voces de la inspiración", señala la cueca, casi un grito, Quiero volver.

El legado de Nilo
Nilo Rixio fue el penúltimo hijo de Onofre Soruco, un zapatero remendón muy estudioso y con gran filosofía de la vida, y de Laura Arancibia, dueña de casa y cigarrera, que amaba la música que la dejó como legado a su prole.
Su hijo Nilo se solazaba al rememorar la intuición materna respecto a su futura vocación. Contaba que en cuanto nació, la madre dijo: "Que tal este mi hijito, tan bonito que se llora, parece que va ser músico". Y sentía orgullo al relatar que el padre les había enseñado a escribir y a leer que saltaron el primer curso e ingresaron, con su hermano, al segundo básico de la escuelita Narciso Campero. A partir de entonces no se detuvo hasta obtener el certificado de profesor en educación musical y más tarde, el egreso de la facultad de Derecho de la universidad Juan Misael Saracho.

Soñador e inquieto, fue lustrabotas, canillita y, con su hermano José, inauguró el trabajo infantil en los cementerios por los días de Todos los Santos. Su hija Zelmya cuenta que ambos "implantaron en nuestra tierra el famoso: 'colocaré, pintaré', que en forma cantadita ofrecían sus servicios para arreglar y pintar las tumbas y colocar los floreros en los nichos altos de los difuntos". También fue solador y cantor en la iglesia del populoso barrio de San Roque.

La hermana mayor, Clotilde, recuerda que cualquier objeto, un palo o una caña, se convertía en la imaginación de Nilo en un instrumento musical hasta que uno de sus hermanos le regaló una guitarra. Antes de los 15 había compuesto por primera vez. Naturalmente, era una cueca dedicada, como no podía ser de otra manera, al río Guadalquivir.
Pero no solamente compuso cuecas. En su haber dejó más de 250 obras, entre kaluyos, carnavalitos, bailecitos, rondas infantiles, zambas y canciones. Puso música a varios poemas de Óscar Alfaro que reflejaron la denuncia y la protesta ante la injusticia social. El pájaro revolucionario, El chapaco alzao y La tragedia del chapaco eran, en tiempo de las dictaduras, altamente subversivas. En la democracia muestran que, a pesar del tiempo transcurrido y la denuncia, la situación no ha cambiado sustancialmente para nadie.

Como muchos otros ciudadanos con el alma lastimada y pese al riesgo de su propia libertad, Nilo Soruco no se calló. Su vida profesional de maestro se ligó con la carrera sindical y la política. Al empezar la década de los 70 y en plena efervescencia de la izquierda, Soruco fue nombrado miembro del Comité Central del Partido Comunista de Bolivia, que meses más tarde implicaba ser perseguido.
En 1972, el gobierno militar de Hugo Banzer suspendió el derecho de libre asociación, pero más tarde lo repuso en forma espuria con Coordinadores Sindicales designados por los gobernantes.

Los dirigentes elegidos por los trabajadores si no pasaron a la clandestinidad, llenaron las cárceles. En La Paz, la de San Pedro alojó a muchos, entre ellos, a Nilo Soruco, secretario ejecutivo del magisterio urbano de Bolivia.
"Lo curioso es que ya han pasado 30 años, pero lo recuerdo como si fuera ayer —afirma Zemlya, la mayor de las tres hijas—. Cayó preso el 23 de septiembre de 1973, cuando estaba en la clandestinidad. El dolor y la angustia de ese día aún duele en el alma".

Tras la detención en la temible Dirección de Orden Político, llegaron las torturas y después, el hacinamiento y el ambiente inhóspito de la cárcel. Pero no le llevaron a la desesperanza, sino a persistir en la música y compuso una cueca muy especial: La vida es linda.
Nilo Soruco dijo que esta pieza fue escrita en la cárcel, en medio del dolor; cuando sufría por la vida y por la alegría, cantaba canciones lindas como esta que dice: "Si el río del tiempo quisiera marcharse para no volver, la vida es linda muchacha, no llores, déjalo correr. Sangrando en la tarde, se irá por su cauce, morirá en el mar. La vida es linda, muchacha. No llores, volverá el amor. Amar es vivir, odiar es morir".

Tras el exilio, durante el que ejerció de maestro en un jardín de niños de Caracas e hizo presentaciones de la música boliviana, regresó al país, a sus pagos, a la tierra chapaca que le esperaba en el Primer Festival de la Uva. Un par de años más tarde, en viaje a Budapest sufrió una embolia en el mismo avión. Mientras se recuperaba, se produjo el golpe de estado de 1980 que encumbró en el poder a Luis García Meza. Por segunda vez, tuvo que permanecer alejado del país por un tiempo.

Nilo Soruco renovó su compromiso con la música tarijeña y boliviana cuando, en 1990, asumió la Dirección de la Escuela Municipal. Hasta entonces, la preservación y difusión de la música estuvo impulsada por su amor. Fundó y formó parte de muchos conjuntos musicales con los que dio a conocer la identidad y el arte musical del país. Su obra fue reconocida por el Senado que le concedió el premio Simón Bolívar y, hasta una pensión vitalicia consistente en tres salarios mínimos, alrededor de mil cincuenta bolivianos.

Más valiosos fueron los premios otorgados por quienes valoraron su música: disco de oro, diplomas, condecoraciones de numerosas alcaldías, del Ministerio de Relaciones Exteriores, del Sindicato de la Prensa de La Paz, que reconocieron su aporte a la riqueza folklórica, pero también a la construcción de la democracia. Aunque, como dijo en sus últimos días, no es la democracia que él soñaba para los bolivianos.

Los últimos años de Nilo Soruco no fueron fáciles. Sucesivas enfermedades le alejaron temporalmente de la guitarra, pero no de su flor, de su río y de su canción.
"Si quieren saber dónde esta mi angustia, si quieren saber dónde está mi pena, pregunten a la nube que vaga y al río que sangra; pero no pregunten a los que amordazan al Nilo que canta. Pena el amor, llora la flor; el sol sangrará de pena y dolor en tu piel morena".

Los sinsabores han acabado. La tierra chapaca guarda para siempre dentro de sus entrañas al tarijeño, pero el alma boliviana seguirá cantando las cuecas del hijo de la cueca, Nilo Soruco.
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