El Anata andino de Oruro es un espacio de lo rural en la urbe

Carnaval 2006 - Domingo, 26 / Feb / 2006
 
(La Razón)

El jueves previo a la Entrada de Oruro, la capital del folklore se viste de flores. Hombres y mujeres campesinos toman las calles cargando ramilletes que simbolizan la tradicional paquma, representación del florecimiento de los cultivos. Tarqueadas, mozeñadas y pinkilladas los acompañan con música del Jallupacha o tiempo de lluvias. Es el Anata Andino.
El antropólogo Marcelo Lara, del Centro de Ecología y Pueblos Andinos (CEPA) de Oruro, es uno de los mayores conocedores del tema. Encabezó el equipo que hizo la investigación "Anata Andino. Recolección etnográfica de la Fiesta del Tiempo de Lluvias" (2004, Latinas Editoras, Oruro) y hoy realiza un estudio a profundidad, por encargo del CEPA.

Los primeros años del Anata, dice, no despertaron el interés citadino, salvo por "algunos curiosos, investigadores y turistas". Los danzantes iban en sentido inverso a la ruta de la Entrada Folklórica del sábado, de Sud a Centro. "Hoy sigue el mismo camino que la Entrada y los espectadores acuden en forma masiva".

Cada comunidad organiza su danza encabezada por sus autoridades (jilakatas, mama t’allas, secretarios sindicales y, en algunos casos, alcaldes). Ciertas comunidades tienen el apoyo de residentes en la ciudad y, en las vísperas del encuentro, los dirigentes de la Federación Sindical Única de Trabajadores Campesinos de Oruro (FSUTCO) realizan un ritual de agradecimiento a la Pachamama a través de la wilancha o sacrificio de una llama. "El día del Anata, las comunidades siguen un cronograma para, al culminar su entrada, realizar coreografías elaboradas y rituales para un jurado".

Este se entiende a partir de varios sentidos. "Primero, el simbólico sagrado relacionado con la época de lluvias, que es cuando los sembradíos de papa han florecido y en señal de regocijo se celebra con bailes e instrumentos propios de la época".

Esta costumbre rural llega a la ciudad a raíz de la iniciativa de la FSUTCO, que fue organizando la "entrada", desde 1993, con participación de comunidades de las provincias orureñas y otras de La Paz (Inquisivi), Norte de Potosí y, a veces, Cochabamba.

"Más allá de las connotaciones rituales y festivas, es también un evento con sentido político, relacionado con la presencia de los pueblos originarios en la ciudad, en señal de demanda de reconocimiento cultural por parte de la sociedad y cultura dominantes que el contexto representa".

A partir de las versiones recogidas de los dirigentes, Lara sostiene que en los últimos años, la fiesta se ha vuelto un espacio para expresar demandas sociales tales como territorio, soberanía y Constituyente. Los carteles y discursos que acompañan a las comunidades reflejan este hecho.

Una tercera dimensión es que "el Anata, desde la perspectiva de la población urbana y sus instituciones, ha adquirido el sentido de espectáculo. Aunque no siempre tiene el respaldo de instituciones como la Alcaldía o la Prefectura, se suele incluir el evento en los programas oficiales del Carnaval".

"Si uno observa detenidamente a las comunidades, inmediatamente advierte que se trata de aquellas ubicadas en la vertiente oriental del departamento, donde la organización de tipo sindical tiene mayor vigencia". No sucede lo mismo con las comunidades del occidente orureño (Jach’a Carangas), que tienen su propia entrada de Anata Jallupacha en días precedentes al evento de la FSUTCO. Estas comunidades corresponden a las provincias aymaras que antiguamente formaron parte del Suyu Jach’a Carangas o la gran provincia de Carangas que ahora se encuentra dividida en provincias más pequeñas. Los Jach’a Carangas señalan que la organización sindical no es propia de su cultura, motivo por el cual se valora más la presencia y la vigencia de autoridades originarias (Mallkus, Jilakatas, Mama T’allas); aspecto que es evidente no sólo en el discurso y en momentos festivos, sino en el transcurso mismo de la vida cotidiana en las comunidades.


Tres costumbres de antaño que ya no ven en la fiesta de Cochabamba

Los años no pasan en vano y así como sucedió en otras regiones, el tiempo se lleva tradiciones de los festejos de Cochabamba. Por lo menos tres costumbres de los carnavales de antaño se perdieron en las celebraciones del nuevo milenio, como la tink'a, que es el ofrecimiento mutuo; el llevar ofrendas dulces a la Madre Tierra, y los taquipayanakus, que dejaron de ser rituales para banalizarse en la celebración.
Según el costumbrista José Antonio Rocha, durante los carnavales de la llajta primaba el sentido de compartir la abundancia y el bienestar, porque como estas fiestas coinciden con la época de la cosecha, “había abundancia en las familias e intercambiaban cosas, como los choclos blancos que no siempre existen en el valle cochabambino (donde se produce el maíz de willkaparu) y recibían a cambio duraznos y peramotas, que son frutas de la temporada”. De esto precisamente es que se trata la tradición denominada tink'a.

Rocha baraja la posibilidad de que una de las causas que ocasionaron la desaparición de esta costumbre es que en el valle ya no existe abundancia de este tipo de productos, por lo que es muy difícil realizar el intercambio de frutas por verduras.

También se ha perdido la tradición en las zonas agrícolas de ofrecer a los terrenos un pago con dulces y confites. “Antes, las familias del campo compraban muchos confites y el martes de ch'alla rociaban los terrenos con ellos, por lo que aparecían muy coloridos. Además, a causa de las lluvias, la tierra quedaba pigmentada con los colores de los dulces”, asegura Rocha.

Según explica el experto, honrar a la Pachamama, madre tierra, durante las carnestolendas era una costumbre muy enraizada en la gente del pueblo, pues se trata de la época precisa para agradecer por los buenos frutos obtenidos durante la época de cosecha de los principales productos agrícolas del valle.

Para finalizar, una de las más arraigadas costumbres del Carnaval cochabambino, como son los taquipayanacus, también desaparecen de los festejos en el departamento. José Luis Rocha comenta que esta tradición, que consiste en el contrapunteo entre dos grupos que cantando coplas se hacen bromas con alusiones en el ámbito sexual, data de la época de la Colonia. “Antes se podía ver en las calles de los pueblos o de la ciudad que los grupos de jóvenes salían y en cuanto se encontraban con otra comparsa, comenzaban a cantarse versos mutuamente, con ironía y satíricamente”.

En la actualidad, instituciones ligadas a la cultura en el departamento de Cochabamba intentan recuperar esta forma de celebrar el Carnaval organizando festivales para impulsar la creatividad de nuevas generaciones. Por ello, la Asociación Boliviana de Artistas, Intérpretes y Ejecutantes de Música (ABAIEM) reunió a los mejores exponentes del folklore de la región para grabar un CD con canciones de este tipo.


Sucre se divierte con la música de las zampoñas

El disfrute de los días de Carnaval requiere de cosas simples en Sucre. Reuniendo zampoñas, un bombo y globos con agua, la gente sale a bailar por las calles de la ciudad. En el camino se encuentran comparsas y grupos de diferentes edades que también se divierten a rienda suelta.
Aunque existen restricciones municipales para no ingresar a la plaza 25 de Mayo, los jóvenes y agrupaciones insisten en pasar lo más cerca posible de ese importante lugar, donde van a mostrar sus poleras y disfraces o a pasear junto al grupo de amigos reunidos para esta época.

Hace dos semanas que cada comparsa ultimó detalles para asistir el domingo al Carnaval Grande de Sucre. Prepararon las viñetas de sus trajes, las alegorías de los carros de la entrada, las cuotas para la banda musical o los sicuris que les acompañarán durante los días de desenfreno.

Otros eligieron un viaje familiar al campo, donde tendrán días de tranquilidad comiendo carne a la parrilla, choclos, guayabas, paltas, ciruelos y duraznos.

Hay más opciones. Están los viajes al interior y exterior del país, las delegaciones folklóricas que se reúnen en el Carnaval de Oruro y los que van a las provincias de Chuquisaca. Muchos se reúnen en Padilla, en el centro del departamento, donde la hospitalidad de sus habitantes, los bailes por sus calles y la tradicional chicha "charki" son infaltables.
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