Todos Santos, una tradición siempre viva

Lunes, 01 / Nov / 2010
 
(PIEB)
Bolivia.com
La festividad de Todos Santos o Día de Difuntos, entre el 1 y el 2 de noviembre en Bolivia ha sido popularizada como un momento de reencuentro entre la vida y la muerte. De sus orígenes, dice la antropóloga Angela Riveros que datan de la época prehispánica, cuando la costumbre era sacar a los muertos para compartir con ellos. El sociólogo e investigador Wilfredo Plata habla del presente, de esta suerte de reivindicación que es para el hombre del mundo andino donde todo está vivo y siempre es posible el diálogo.

Lo cierto es que la celebración está viva y aún conserva rasgos de sus orígenes. “La fiesta tiene elementos que van cambiando y se van resignificando tanto en los espacios como en los objetos”, dice la antropóloga.

Orígenes

Los orígenes de la celebración de Todos Santos se relacionan, por un lado, con la fiesta católica de los difuntos y, por el otro, con la fiesta de los muertos en la parte andina. Esta, a su vez, proviene de las prácticas prehispánicas de sacar a los muertos en el ciclo agrícola de noviembre, relata Riveros, autora de la investigación-tesis Rituales de la muerte e identidad en migrantes aymaras.

Las crónicas de Guamán Poma de Ayala cuentan que las personas solían sacar a sus chullpas una vez al año, dice la antropóloga. “Esta práctica, que tomaba muchos días, tenía relación con el calendario agrícola y le daba significado a ciertos hechos. Por ejemplo a la lluvia. Aun hoy si llueve en Todos Santos es un augurio de que la cosecha será buena”.

Por tanto se trata de una simbiosis. De hecho, parece ser que la Iglesia Católica se adaptó a estas prácticas cambiando la fecha en la que honraba a sus santos a partir de una decisión del Papa Gregorio III (731-741), debido a que los pueblos de tradición pagana se negaban a abandonar sus raíces y fiestas. Se pensó que al instaurar fiestas nuevas en la misma fecha y de similar apariencia doctrinal que las antiguas o propias de estos pueblos, les sería más fácil a estos nuevos creyentes ir abandonando sus antiguas creencias, sin que esto supusiera desechar su cultura e identidad (www.escuelai.com).

Con el tiempo, la celebración se ha recodificado en muchos sentidos, siempre en consonancia con el contexto cultural de cada región. “Un caso claro es el de las t’antawawas que significan la presencia del difunto; antes las mascaritas de yeso que llevan eran simples rostros, luego aparecieron las caritas de achachis morenos y hasta del Chavo del Ocho… Constantemente se van incorporando nuevos elementos”.

Tiempo de siembra

Con sus matices, la celebración en el mundo andino rural es un momento de reencuentro, de diálogo, de reconocerse a sí mismo y de intensas ritualidades, dice el investigador Wilfredo Plata, sociólogo y autor de Visiones de desarrollo en comunidades aymaras. Tradición y modernidad en tiempos de globalización (PIEB, 2003).

No son dos, sino tres y hasta más días los que se dedican a la celebración que es un hito en la actividad agrícola, en el tiempo de siembra (entre octubre y noviembre).

Es un diálogo en muchos sentidos, señala el investigador, desde la idea de que al morir el hombre pasa a recorrer un nuevo camino del que puede volver y compartir con su familia… Al menos por los siguientes tres años seguidos a su muerte. “Como es costumbre, la familia doliente espera esos tres años con la mesa puesta. Hay regiones, como la mía (provincia Ingavi de La Paz) que son ganaderas, entonces de acuerdo a las posibilidades de la familia se carnea cinco ovejas o dos llamas para la fiesta. Y se vela al difunto toda la noche”.

El 2 de noviembre, el ritual se repite en la tumba del fallecido y sólo cumplido el trienio es que la familia se despide definitivamente, se saca la ropa de luto y la echa al sur, cerrando con un ritual que tiene que ser oficiado por un maestro yatiri (sacerdote aymara).

Tanto el primer día como el segundo, se recuerda también a todos y cada uno de los antepasados, con nombre y apellido, su origen, su vida, su muerte. “Las familias hacen una lista de cada difunto, hasta el más antiguo de ellos y se reza en su nombre. A través de esta práctica, los hijos se enteran de quiénes les antecedieron y este conocimiento tiene un fuerte impacto, les lleva a arraigarse más a su sayaña (tierra), porque le da fundamento histórico y cultural a su territorio”. De ahí que se considere que la festividad es un espacio en el que la familia y las comunidades se reavivan.
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