El 15 de enero de 1979 la tierra empezó a temblar, químicos salieron de sus entrañas y el pueblo creyó que se moría. Suplicó a Nuestra Señora Asunta
y se salvó.
Unos 360 kilómetros separan la ciudad de Santa Cruz de la Sierra de aquel mundo sagrado que cíclicamente cada año vuelve a recordar, entre el 14 y el 16 de agosto, por qué sigue vivo.
Para los pobladores de Chochis no es un mito. Es su vida, y el recuerdo de la catástrofe de aquella noche del 15 de enero de 1979, cuando la tierra comenzó a palpitar y de sus entrañas emergieron violentamente millones de metros cúbicos de químicos con un fuerte olor a azufre. Estos ensancharon las quebradas, abrieron nuevas y sepultaron el barrio sur El Portón con 16 personas.
La vía férrea que pasa por Chochis quedó dañada. Las familias de comerciantes que permanecieron atrapadas suplicaron a Nuestra Señora Asunta por sus vidas y pertenencias. Al día siguiente, 16 horas después, la lava y la lluvia torrencial ya se habían dormido. Y los sobrevivientes creyeron que tenían mucho que agradecer y lo hicieron edificando un santuario para su protectora.
El 15 de agosto de 1992 fue inaugurado el santuario Mariano de la Torre para la mamita de Chochis, levantado con la supervisión del arquitecto Hans Roth. El tramo para
llegar al lugar es largo. El tren es uno de los medios más seguros y el que más se usa. Tarda entre nueve y diez horas.
Una vez en el pueblo, unos seis kilómetros a pie todavía separan al visitante de la capilla. El camino es inestable. Una serie de rocas y exuberante vegetación acompañan la travesía. Aunque la temperatura es templada, la brisa corre a mayor galope a medida que uno va trepando el cerro. Ya en la cúspide, lo primero que se ve es una imponente roca vertical que tiene el aspecto de una pilastra. Mide 320 metros y de su altura surge su nombre, torrecilla; aunque otros prefieren llamarla la muela del diablo. Su formación no tiene nada que ver con la mano del hombre. Los pobladores cuentan que aquella gigante roca siempre estuvo ahí. Emilio Vaca, sereno de la comarca religiosa, lo confirma. Asegura que desde que era niño la fortificación ya era parte de la topografía de Chochis.
Ese tipo de naturaleza tan especial es la que rodea el santuario. El viento no deja de soplar y cuando golpea en las cordilleras, llegan al oído melodías parecidas a las de un violín. La puerta principal es imponente, fue tallada en madera de paquio y pesoe. En el interior del sagrado lugar, símbolos que identifican a la región fueron cuidadosamente esculpidos en una pilastra. Loros, pescados, corechis, tucanes,
urinas, osos hormigueros y una hoja de ambaiba se fusionan con el rostro de Jesús y los doce apóstoles. En la tranquera izquierda del portón, el hijo de Dios hecho hombre yace crucificado, mientras un hombre de rostro fino y manos delgadas toca un arpa. Una paloma con una rama de olivo, que simboliza la paz, completa la connotativa escena.
En los alrededores del santuario, pequeños pasillos sostenidos por pilastras y cuadros cincelados en madero recapitulan el quinto centenario Mariano (1992). También se relatan los acontecimientos de la catástrofe de aquel 15 de enero. Y a 100 metros de la capilla, en la falda de la serranía, la virgen Nuestra Señora Asunta de Chochis se encuentra entronizada en una cueva. Ella espera a sus devotos vestida con un atuendo rosado, aretes de perlas blancas y un manto blanco con encajes.
Mientras voy recordando cada detalle contado de tan peculiar historia sagrada, miro mi reloj. Son apenas las 06.30 y un fuerte viento golpea de norte a sur en Chochis. Miro el cielo y es un cuadro azul en lienzo. Los gallos se han convertido en emplumados despertadores de los habitantes. Es hora de levantarse. No es un día cualquiera. Uno de los siete barrios está de fiesta.
Los habitantes del distrito del Buen Pastor celebran un año más de vida. Y como los festejos madrugarán con una
misa, a las 08.00 ya comenzaron a llegar a la capilla los devotos ataviados con sus mejores atuendos. Uno a uno se van sentando. El santo del Buen Pastor parece contemplarlos desde la mesa donde está postrado. Viste un manto rojo que le llega hasta los pies y está rodeado por flores de diferentes colores que dejaron los creyentes. Más allá, el padre Ronald Cuéllar ya da el sermón.
Después de la misa llega la hora de los juegos. Un picadito de fútbol va primero. Pero la carrera libre es uno de los esparcimientos más esperados por grandes y chicos. Los varones mayores de 50 años inician la travesía que comprende dos manzanos. Después los chiquillos de 12 años salen de la meta largando polvo. Las corridas de embolsado arrancan risas. La carrera se hace complicada porque los participantes están con las piernas metidas en bolsas de yute. El maquillaje es aún más interesante. Dos niñas de 10 años se maquillan, con los ojos vendados por completo, el rostro con lápiz de boca. Ambas quedan pintarrajeadas como payasos. Finalmente, viene el concurso de bailes.
Y es que este tipo de fiesta es común en el caserío de Chochis, donde santos y vírgenes son venerados prácticamente cada dos meses en un lugar donde lo profano no parece tener lugar, porque sus habitantes decidieron que debían vivir en un pueblo sagrado.