Fue uno de los medallistas en los Juegos Bolivarianos de 1977 en la modalidad marcha. Hoy tiene 60 años y siempre busca un momento para hacer deporte.
Con la ayuda de un combo y una madera intenta dar forma a la puerta lateral de un coche averiado. “Este es un trabajo duro, pero me gusta hacerlo. Vivo de esto y tengo que llevar dinero a la casa para los hijos”, dice Esteban Quelale en su taller de mecánica de la calle Pedro Kramer y Armentia.
Comenta con alegría que hace algunos días estuvo dialogando con los marchistas mexicanos que se entrenan en La Paz, cuyo médico le auguró que podrá seguir haciendo deporte al menos por otros cinco años más.
A los 60 años cumplidos, don Esteban se da tiempo para hacer una caminata de por lo menos cinco kilómetros semanales y seguir enseñando a los que quieren iniciarse en la especialidad.
“Ya no quiero trabajar más en la ciudad. En los Yungas
hay un buen grupo, y ellos entienden mejor lo que es sacrificio. Para el 30 de agosto estoy organizando una competencia. Espero que me ayuden, porque solo no se puede ir lejos”, reflexiona.
Pocos recuerdan que con Esteban Quelale y Oswaldo Morejón empezó la marcha en Bolivia, un deporte que pasó a ser la carta de triunfo de los bolivianos en los eventos internacionales.
Cuando Bolivia organizó los Juegos Bolivarianos en 1977, los propios dirigentes se enteraron de que había nuevas especialidades en el atletismo y que había que convocar a algunos deportistas para iniciar esta tarea.
Para entonces, Quelale era un fondista y le gustaba correr en las pruebas pedestres. En la pista del estadio hizo amistad con los marchistas mexicanos que llegaban a La Paz a cumplir su ciclo de preparación antes de asistir a los Juegos Olímpicos.
“Hace más de 25 años querían ir a la zona del lago, pero
no conocían el aymara. Me pidieron que les ayude, y así fue. Iba a las tiendas y se los compraba pan, refresco y de vez en cuando algunas cervezas. Ellos a cambio me enseñaron la técnica de la caminata. Al principio parecía difícil, pero era de acostumbrarse. El profesor Hauslebber me alentó y luego pude competir en los Bolivarianos y al año siguiente en los Cruz del Sur”, recuerda.
Quelale eligió la zona de Pura Pura para sus entrenamientos y la riel del tren fue su mejor pista. Ir de la ciudad a El Alto por la pista se convirtió en una rutina diaria. Estar en la selección nacional era su mayor aspiración, de manera que postergó muchas de sus actividades para cumplir el reto.
“Tenía 25 años, eso ya es tarde para empezar en el atletismo, pero no me fui atrás. En la vida me pasa lo mismo, tengo 14 hijos y nunca les hago faltar nada, por eso tengo dos talleres y siempre hay trabajo. Además,
saben que hago bien las cosas”.
Don Esteban se dejó crecer la barba hace poco más de una década. Se siente bien así porque cree que infunde un poco más de respeto. Trata de conservar la figura. “Hay que cuidarse en la comida, no privarse”, sugiere.
Cuando en los Juegos de 1977 el público lo vio entrar en el estadio para culminar su participación con el segundo puesto, se puso de pie. ¿Quién es ese tal Quelale?, ¿de dónde ha salido? se preguntaba el público y los propios reporteros.
En un español que linda con el aymara, explicó por qué se había metido en el deporte.
La gloria y la fama que ganó en aquellos años le sirvió de publicidad para su taller de mecánica. Pronto ganó muchos amigos, pero no llegó el dinero que esperaba, de manera que retornó al trabajo, pero sin dejar de entrenar, porque el deporte se había convertido en su mayor oxígeno y en una razón de su vida.