La sangre que corre por Parotani es de ex mineros y agricultores

Turismo - Martes, 06 / May / 2003
 
(La Paz - La Razón)

Bolivia.com
6 de junio de 1953. Ese día, Cleto Adriázola Antezana ayudó a cargar el fusil de su padre para salir en busca de la tierra cochabambina prometida, donde él cambiaría su casco de minero por el sombrero de agricultor. Eran tiempos de la Reforma Agraria y él tenía 13 años.

Las 53 familias que salieron en tren de la localidad minera de Catavi y llegaron el 9 de junio a Parotani, un vergel ubicado a 45 kilómetros al oeste de la ciudad de Cochabamba, recibieron un balde de agua fría al ver que buena parte de las tierras era de terratenientes.

También se encontraron con unas 43 pequeñas chozas que servían de hogar a los pocos campesinos que allá habitaban. Una tienda los abastecía y atendía a los viajeros que pasaban por el lugar.

“Echamos a los patrones y dirigimos toda la acción de la Reforma Agraria recuerda Cleto Adriázola. Nosotros teníamos una mayor preparación política. Y logramos el objetivo porque teníamos mucha fuerza y fortaleza”.

Y así se asentaron en este valle. Parotani no sólo fue famosa por su producción agropecuaria, que ahora es echada a menos, sino por las luchas de sus habitantes que suelen irrumpir con fuertes bloqueos el alto tráfico que circula por la carretera que une Cochabamba con Oruro y La Paz.

Y es que su fuerza sigue radicando en la presencia de esos ex mineros y el tesón de los campesinos dedicados a la producción de verduras, a pesar de las inclemencias y caprichos de la naturaleza que, por ejemplo, el año pasado los azotó con granizos del tamaño de los huevos de codorniz.

Hoy, el pueblo cuenta con unas dos mil familias dedicadas a la agropecuaria. Se dividen principalmente en ex mineros, campesinos de Cochabamba y Potosí, y un gran grupo que emigró de Challapata.

El empuje de habitantes como Cleto, que creció entre cebollas, zanahorias y beterragas, lechuga, papa e higos, logró que el pueblo olvidado pase a distrito municipal, con una subalcaldía que depende de Sipe Sipe, y un templo de 1910 que venera a la Virgen de las Mercedes cada 24 de septiembre.

El puente de Tapacarí

Y de la ilusión de ser un gran centro turístico pasó a convertirse en una especie de fuerte de la resistencia campesina a las medidas económicas que, según sus dirigentes, eran un atentado contra la economía del pueblo y del país. Pero, en estos enfrentamientos la fértil tierra acabó bebiendo sangre.

Estratégica es la ubicación del puente Tapacarí, a más de 100 metros de Parotani. Una vez interrumpido el tráfico, no se puede pasar por ningún otro lado, a no ser por el ancho río que lleva el mismo nombre, con todos los peligros que ello conlleva.

Cleto explica que el éxito de los bloqueos que se han venido registrando en la región se debe a que los mineros tienen mucha experiencia en las luchas sociales y están preparados para organizar movilizaciones pacíficas, pero muy contundentes.

Sin embargo, cuando se habla de los tres muertos que se llevaron por delante los bloqueos en los últimos meses, el antiguo minero asegura que no son fruto de sus acciones porque ellos sólo cuentan con picotas, palas y machetes para luchar. “Los que disparan son los militares y policías”. Para convencer, puntualiza que los campesinos ya no están armados, porque los Mouser y escopetas que habían entre el 47 y el 53 fueron vendidos, principalmente a los colonos que se fueron al trópico, para la caza.

En población tan pequeña existen dos organizaciones sindicales, una de los ex mineros y la otra de los colonos. A pesar de todos los esfuerzos, nunca lograron crear un solo sindicato; aunque sus acciones suelen ser coordinadas y entre ellos mantienen buenas relaciones.

Incluso han llegado a coordinar más allá, con otras regiones como Arque y Tapacarí, las más deprimidas del departamento. El 90 por ciento de sus habitantes es pobre.

El encanto de un pueblo

Parotani es una población pequeña, con calles angostas de tierra y viviendas hechas de adobe. Las sendas son víboras que corren hacia los sembradíos. De lejos, parecen un tablero verde de ajedrez.

Las pobladoras visten polleras hasta las rodillas. Llevan en la cabeza sombreros de plástico que sustituyeron a aquellos tradicionales blancos de copa muy elevada.

Casi toda la gente lleva abarcas de goma. Dice que son mucho más cómodas para cubrir a pie largas distancias. Y la acerca mucho más a la tierra y la naturaleza.

Además de las abarcas, los hombres visten los pantalones remangados y usan sombreros de ala ancha para el fuerte sol; aunque los niños y jóvenes no tienen la misma costumbre y prefieren gorras mucho más modernas.

Es un pueblo que hoy sufre por la falta de agua potable. Don Cleto afirma que la de riego se está contaminando por efecto del transporte y la explotación petrolífera.

Pero a pesar de la falta de agua y otras necesidades insatisfechas, los pobladores logran avanzar juntos. Así es cuando llega la hora de vender la cebolla. Entre todos llenan ocho camiones al día que van hacia la ciudad del valle o a Oruro, “pese a la desleal competencia de los productos que llegan del Perú e incluso desde Chile”. Si un quintal de cabezas de cebolla se vendía a 50 bolivianos, con el contrabando y la granizada, ese precio “se fue por lo suelos”.

También intentaron apostar a la lechería, pero fracasaron. Y los jóvenes, impotentes, optaron por emigrar a la Argentina y España.
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