La Embajada de Alemania y la población, ubicada en el Nor Lípez potosino, se pusieron manos a la obra para levantar el museo Kausay Wasi. El sueño tardó cuatro años en hacerse realidad.
La gente se acomoda mejor en los pequeños bancos de madera que rodean en círculo al museo por estrenar. Los niños corretean por todo el recinto ignorando la cinta de la inauguración oficial, la que recién será cortada cuando el padre Franz Mamani salga de una vez por debajo de las banderas boliviana y alemana, unidas en un nudo central como dos manos que se estrechan. Todos están ansiosos en San Juan del Rosario, población ubicada en la provincia Nor Lípez del departamento de Potosí, en la ruta que une al salar de Uyuni con las lagunas Verde y Colorada.
Muchos de los mil habitantes de la zona miran de reojo el interior del nuevo museo Kausay Wasi (La Casa de la Vida en quechua). Sus ojos brillan por el entusiasmo que les provoca el saber que en el lugar han depositado su trabajo e ilusión para tener un futuro económico más próspero.
Mientras el sacerdote sale, los visitantes se protegen con gafas y sombreros o utilizan los brazos para despejar la vista de los rayos de sol. Y los que trataron de huir hacia la sombra de la pared de cemento acabaron regresando ahuyentados por el frío. El sacerdote termina su bendición y luego de un Padrenuestro, da el museo por inaugurado.
Panchita, lugareña de San Juan, lleva dos días de trabajo y fiesta. Eso facilita que la mujer de 40 años despliegue esa sonrisa con tanta facilidad. También sonríe Margarita, creadora del museo, que apenas articula palabra por la ronquera que se adecuó a su garganta. Günter, de Padep GTZ (Cooperación Técnica Alemana), está con la esposa y sus dos pequeñas hijas de bermejas cabelleras. Frente a ellos, Osvaldo Hurtado oficia la ceremonia, apretando el programa que lleva en la portada el dibujo de un esqueleto bailando.
La comunidad, al pie del cerro Kharal y entre las colinas Pujtin y Chotomal, aguarda la inauguración de una obra que tardó cuatro años en levantarse y cuyos protagonistas ya ven llegar la hora para lanzarse al éxito en la nueva carrera que acaban de emprender: el turismo. Pero esta historia comenzó con la iniciativa de un hombre que aprendió a valorar su cultura.
La infancia de Teófilo
“Desde niños, los abuelos nos prohibían jugar cerca de las chullpas. Mi mamá me contó que un día, un niño había ido a pastar las llamas. El chico se puso a jugar en el chullperío y se atrevió a lanzar piedras donde había muchos platos de cerámica. Justo hizo llegar y los rompió. A las pocas horas, se hinchó grande su estómago, llegó a la casa enfermo
y su mamá consultó al curandero, que le dijo: 'Mira, tu hijo ha hecho esta maldad con las chullpas y tienes que hacerlo curar con un cordero macho de cuatro astas'. A la mujer le costó mucho encontrar al animal, pero así salvó a su hijo”.
Con esa historia repicando en sus oídos, Teófilo Yujra cultivó en su corazón el respeto por las chullpas desde pequeño. Quedó huérfano a los 12 años, lo cual no le impidió seguir con las tradiciones de su gente: jamás se acercaba a las wairawasis, las casas del viento. Y es que su gente creía que el viento provenía de ahí y si uno le arrojaba una piedra, lanzaba un soplido de esos que deja deformada la cara. Por eso era prohibido acercarse. Pero los jóvenes que se marchaban a la ciudad o conocían Chile, retornaban con otras ideas.
Y San Juan del Rosario, que protege una necrópolis de roca volcánica ubicada a 10 minutos del pueblo, no se libró de los waqueadores (ladrones de tumbas).
Teófilo y la cueva secreta
Un día, Teófilo paseaba entre los chullpares y encontró en la cima de una formación a un individuo muy particular. Vestido con un gorro mortuorio y rodeado de kerus de cerámica, textiles y tallados en piedra, el esqueleto abrazaba sus piernas en una gruta elevada. Teófilo lo tomó con cuidado y lo guardó en una cámara hallada más adelante. Le habilitó una puerta, un candado y ahí fue depositando todo lo que encontraba.
Pidió permiso a la comunidad para guardar estas riquezas. “Los ancianos decían que la gente habitaba en las cuevas del fondo. Los antiguos sólo vivían con la luna. Al salir el sol, se quedaban secos”, recuerdan los 53 años de Teófilo, que guardó todo lo posible en el refugio sin vender nada. “No he sido interesado en el dinero, sino en mantener el territorio. Y encontré a este amigo Günter y como siempre tengo el entusiasmo de conversar, lo visité. Luego de hablar con Günter, expusimos todo ante la Unidad Nacional de Arqueología (Unar) y así salió todo a relucir.
Bueno, a veces tuve que mentir, puse un letrero falso que decía: 'Cuidado, los que vengan serán castigados por la Unar', para que los waqueadores tengan miedo”.
La cueva de los secretos, como la conocen, aún está a cargo de Teófilo. Pero la momia ya no está en su alta sepultura, desde donde, hace cuatro años, vio llegar a Günter.
Günter y Margarita
En 1999, Günter Meinert, de Padep GTZ, pisó San Juan del Rosario como un simple turista. Vio el atractivo de la región y conoció por casualidad a Teófilo, quien le mostró sus hallazgos. “Podía hacer la construcción del museo en cuatro o seis meses, pero quería trabajar con la comunidad y que sean ellos quienes valoren sus
riquezas”, cuenta Meinert, quien ni bien regresó a La Paz sugirió a la Embajada de Alemania la creación del museo, además de comentar la idea con su amiga Margarita.
“Günter me dijo que había una cosa fascinante y yo siempre estoy para cosas fascinantes. Nos juntamos y así se desarrolló. Él dijo que era una población remota, pero que ya llegaban turistas: eso es excepcional. Hay mucha esperanza en que se desarrolle en la forma deseada”, respondió Margarita von Brunn de Live.
Enamorada de la región, ella escuchó la historia del salar y se sumergió en sus misterios. “Thunupa es un cerro importante. En realidad, es la bella Thunupa, la novia del Huayna Potosí. Tuvo un hijo que murió de frío y derramó la leche de su seno, alimentando al salar”.
Margarita ingresó en la comunidad y como Günter, se hizo de varios amigos. Y mientras el alemán negociaba en La Paz y San Juan, ella aprendía todo el proceso. “Al llegar encontramos al chumpirumi (piedra de 50 centímetros de alto en forma de ocho), es el cuidador de las chullpas, él sabe moverse y cuida. No hay que tocarlo. Es mágico. Los arqueólogos nos dijeron que es un ancla o una picota, pero la gente está convencida de su fuerza. Por eso, la necrópolis está llena de chumpirumis”.
Cuando Margarita llegó, encontró un pueblo interesante: la gente era muy abierta y usaba la minka, el trabajo en comunidad. “Toda la construcción la hicieron los mismos comunarios. Las mujeres nos hemos puesto frente al sol para hacer la cortina de ticas (flores de lana). Toda la población estaba ahí en la tierra trenzando, mientras los varones se hicieron cargo de las cuerdas. Fue todo un esfuerzo común”. Y así, diseñó la disposición museográfica de las 40 piezas seleccionadas por la UNAR.
Panchita y el hotel
Una sonrisa sencilla es la principal característica de Panchita. Inquieta y diminuta, Francisca Villca de Cayo goza de sus 40 años. Está casada con Gumercindo Cayo, pero él no está en San Juan, pues trabaja en una yaretera en Corima.
La ausencia no desanima a Panchita, que por involucrarse tanto en los proyectos de la comunidad ha recibido el apoyo de Panchito. “Yo estoy trabajando en mi comunidad. Cuando vino el señor Günter, nos reunió y nos habló de este proyecto. Yo le dije que quería tener arqueología para San Juan y he logrado los sueños que he tenido para mi pueblo”.
Dejando las labores de casa, Panchita se metió en los trámites y en la atención a la gente. “Desde el principio he atendido a los voluntarios con cariño y amor”. Mostrando los dientes que iluminan la morena piel, prepara la comida para la delegación que ha llegado para inaugurar el museo. Como
otras mujeres, sirve afanosa los platos con quinua y carne de llama, las estrellas en la región. Uno de esos platos ha caído delante de Margarita, a quien Panchita estima mucho. “Es muy amiga para nosotros. Con ella hemos trabajamos y ella es como una sanjuaneña. Ha pintado y hecho de todo”.
Pasando los platos y las bebidas, Víctor Yujra Bautista (64 años) atiende a la delegación en el alojamiento que tiene desde hace cuatro años. “Hace 10 años ya habían vecinos que refaccionaron sus casitas y ahí mismo atendían. Viendo el flujo de gente, he hecho esto para exclusividad del turismo”.
La fiesta del floramiento de llamas, el carnaval, San Juan y Santiago son las principales fiestas, en las que la comunidad recibe a quienes quieran participar. “Mi deseo es ampliar mi hospedaje para los turistas que quieran venir más”.
Albañil y administrador
“Yo soy Osvaldo Hurtado Villca, de 45 años de edad. Soy oriundo de la comunidad y presidente de la directiva del museo”. Osvaldo conoció a Günter en su primera visita. Luego él, junto a otras autoridades de la región, se lanzó a La Paz para realizar la negociación, que se produjo paso a paso. “Hemos guardado los objetos arqueológicos y esperado los materiales y el financiamiento. Hemos ido a cotizar con los de la embajada y luego de que el arquitecto mostró los planos, hemos construido”. Osvaldo fue nombrado administrador y, además, se ofreció como jefe de obras, porque lo suyo es la construcción. Cuando Javier Escalante, director de la Unar, les dio la luz verde, comenzaron el museo.
“San Juan recuerda al apóstol que ha aparecido en forma de medalla y después le han hecho en forma de imagen. Posteriormente apareció otra medalla de la Virgen del Rosario, en el año 1912, por lo que llamó San Juan del Rosario”. Es la plática de Osvaldo minutos antes de la inauguración, donde se estrenará de guía y, además, hará de maestro de ceremonias.
El alegre festejo
A las 10.30 de la mañana, el museo espera la inauguración. La bandera nacional se alza con el canto de los estudiantes formados en filas. La comunidad en pleno se reúne junto a 35 visitantes que presencian el evento. Cada participante ofrece las palabras de rigor después de la intervención del embajador alemán, Bernd Sproedt. Panchita sonríe y prepara con las otras mujeres la cerveza de honor. Günter se dirige a los niños de San Juan para que sigan en la ruta del desarrollo. Ya sólo queda cortar la cinta y abrir el museo al mundo, mientras Teófilo, que hace años rescató las piezas de la necrópolis, sonríe al ver a su momia detrás de un vidrio, pero protegida por el chumpirumi que se puso delante.