Culpina K El pueblo de los árboles de metal

Jueves, 26 / Dic / 2002
 
(La Razón)
Bolivia.com
La empresa minera San Cristóbal, la CAF, el artista Gastón Ugalde y 76 familias han hecho posible con 202 mil dólares que un pueblo pueda abrir los ojos para cobijar al arte que le entregará el dinero del turismo.

No es un pueblo normal. Un caracol de magnetita se ufana de sus siete metros de altura sobre un pedestal de piedras y mármol en una plaza de 40 metros cuadrados. Las rocas utilizadas pesan unas 200 toneladas. Como una sirena, la escultura invita al visitante para que explore sus entrañas. Los pies entran por los estrechos corredores de la espiral hasta el centro del monumento, donde les espera una pieza circular de mármol blanco incrustado en el suelo. Dentro y con la mirada colgada en la luna, el intruso se baña en la energía de la magnetita. Afuera, ocho árboles creados con tuberías metálicas y ramas en forma de cuernos tallados en madera hacen de vigilantes.
Los techos brillan con el oro de la paja que ha sustituido a la plata de la calamina. La posta sanitaria, el único inmueble construido con el dinero de la Participación Popular, ha sido derrumbada deliberadamente para hacerle campo a la otra plaza, la principal, de 100 metros cuadrados forrados con piedra y mármol. Una mujer tiene en un brazo al niño que amamanta y con el otro va empedrando las calles de manera rústica, por 13 bolivianos al día. No se trata de un pueblo normal del altiplano. Es Culpina K, cuyas 76 familias entraron en complicidad con la empresa minera San Cristóbal, la Corporación Andina de Fomento y el artista plástico Gastón Ugalde, para atrapar con arte a los turistas.

Un pueblo modelo
Culpina K es parte de la provincia Nor Lípez de Potosí, a 419 kilómetros siguiendo la ruta turística desde Oruro. La letra K proviene de antiguas denominaciones para diferenciar las zonas para el telégrafo. Es el paso obligado entre Uyuni y las lagunas Verde y Colorada.
Los 520 habitantes, que dedican su tiempo a la quinua y los auquénidos, han visto emigrar durante años a sus hombres hacia tierras chilenas en busca de mejores oportunidades para sobrevivir.
"Es un pueblo desahuciado", sostienen las arrugas de 46 años del rostro de Lucrecio Quispe Muraña, secretario de Hacienda de la Organización Territorial de Base e integrante del comité administrativo del proyecto. "Nos sentíamos más chilenos que bolivianos. No es delito decirlo, la comida y el dinero vienen de Chile. Pero ahora queremos revertir la situación. Estamos muy esperanzados con este proyecto, con que las autoridades se den cuenta y seamos partícipes de Bolivia". Culpina K, Pueblo Modelo: proyecto comunitario integral para el aprovechamiento del turismo, lleva más de 10 meses en acción.
Culpina K había olvidado sus tradiciones. Atrás quedaron las tarkeadas y moceñadas. El vestuario se había occidentalizado. Los tejidos de llama y oveja quedaron en la memoria de las ancianas, al igual que los platos típicos. Es hora de recordar lo perdido en el tiempo.
La idea de levantar este pueblo surgió de una conversación entre Lucrecio y el presidente de la empresa minera. "Don Carlos Fernández me dijo: 'Haremos algo para el pueblo'. Nosotros queríamos verlo bonito, pero no teníamos para el material y la empresa nos dio. Sin embargo, jamás pensamos en la dimensión del proyecto. Todo empezó con la refacción de la iglesia". La comunidad aporta con 46.000 dólares en mano de obra, la empresa minera San Cristóbal pone 56.000 dólares y la CAF da 100.000 dólares para materiales.
La empresa San Cristóbal contrató a dos ingenieros para hacer el proyecto, según recuerda Lucrecio. "Al principio no aportamos mucho, pero nos fuimos convenciendo. Inicialmente las piedras para las calles no nos gustaron, preferíamos ver cemento. Pero ahora ya nos gustan, al igual que la pajita... nos ha costado entender cómo funciona el turismo". La presentación del proyecto a la CAF fue sazonada con la invitación al último ganador del Salón Pedro Domingo Murillo, Gastón Ugalde, un incansable amante del desierto.
El desierto colorado empujó a Gastón Ugalde a dejarse llevar por su inspiración. Está en un taller de carpintería y metalurgia instalado en el campamento minero entre San Cristóbal y Culpina K. Junto a sus ayudantes, trabaja sin tregua dando los últimos toques a las ensortijadas ramas metálicas de sus árboles duros y sacando chispa a las amarillas esferas circulares que coronarán su Puerta del Sol.
Dentro del taller, el caballo metálico del apóstol Santiago, patrono de la región, espera paciente para ser colocado en la remodelada iglesia. "También estamos haciendo retablos. Y estas piezas (señala unos tubos plateados que están soldados) son para terminar la cruz del calvario".
Crucificado sobre su propio árbol duro, no deja tregua al cerebro que sólo existe para crear. Pese a tener el coxis lastimado por una caída al bailar, el artista escala, salta, levanta cargas, hace equilibrio y se tira al suelo si es necesario. Lo inspira el pueblo que ya recibe a los turistas con una imponente Puerta del Sol de adobe de 10 metros.
Antes de la salida del pueblo, un sendero trepa la montaña hasta la cruz que será el destino final del calvario. Las paredes de todo el pueblo reciben los mimos del artista. "Vamos a terminar de pintar todas las casas del pueblo. Al principio las pintamos con motivos tiwanakotas, pero como no les gustó mucho a los empresarios, las borramos". Ahora, están vestidas con los ocres de la región.
Dos tonos diferentes juegan en una de las fachadas que en puertas y ventanas tienen cactus secos. Otras se llenan de tallos de quinua. "Todas las puertas tendrían que tener una textura diferente, pero como se trata de gente pobre, realmente pobre, es difícil pedirle ni 50 bolivianos para adornar la puerta; sin embargo, vamos a hacerlo poco a poco".
Una guerrera tallada en madera vigila a los árboles duros que pronto serán plantados en las plazas de Culpina K, donde ni se imaginan la apariencia de los árboles: sólo saben que no necesitan agua, no dan frutos y nunca mueren.

El poder del ejemplo
Lucrecio aún no se acostumbra a caminar por entre las piedras. La tierra era más cómoda, pero sabe que lo rústico atrae a los turistas. Ya escuchó a muchos que decían: "¡Qué lindo pueblo! ¡Qué bien que se ha mantenido así!". Lo que los visitantes no saben es el laburo que ha significado. "Empezamos a trabajar en marzo. La gente es bastante trabajadora y responde con más fuerza. Lo más difícil fue hacer entender para qué estamos trabajando y trayendo tanta piedra. Muchos no lo entienden en su real dimensión".
Así es que Lucrecio sacó su calamina y cubrió sus techos con paja. Y como las casas no debían tener dos pisos, borró el piso superior de la suya. Las mujeres han empedrado las calles y aprendieron a utilizar los telares. Los hombres se interesaron en aprender la cocina de sus antepasados y construyeron un café internet sin contar todavía con luz o teléfono.
Al salir, la Puerta de la Luna despedirá a los visitantes en marzo del próximo año, una vez que estén funcionando todos los servicios. Y tendrán la seguridad de que pasaron por un lugar muy fuera de lo común, porque Culpina K puede ser todo, menos un pueblo normal.
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