Gismondi, la historia de la fotografía boliviana
Cultura - Viernes, 01 / Jul / 2005
(La Paz - La Razón)
En el 2007, el estudio fotográfico de la familia cumplirá 100 años. Escape se acerca hoy un poco más a su archivo.
Un caballito de madera, con las crines desgastadas y sin cola, es el legado que ha pasado generación tras generación por manos de los Gismondi. A su lado han posado todos los de la familia cuando eran niños. Y hoy es un recuerdo vivo –casi más que las fotografías– que va a cumplir 100 años junto al archivo fotográfico de la familia en el 2007.
Todo comenzó durante los primeros años del siglo XX, cuando Luis Domenico Gismondi llegó de Europa para inaugurar un estudio fotográfico, que todavía permanece, en la calle del Comercio. Y trajo de todo, fondos con lindos paisajes y los mejores muebles de aquel tiempo, para acompañar escenas.
Por su lente pasaron cientos de personas. "A veces hasta desafiaba las normas de la época, llevando incluso a campesinos a su estudio, cuando estaba prohibido, para inmortalizarlos", relata su biznieta y heredera, Geraldine Gismondi.
No faltan tampoco las anécdotas. "Cuando podía –rescata Geraldine– sacaba a uno de sus hijos en fotografías panorámicas de plazas, calles o en medio de un paisaje.
Asimismo, recorrió el país en mula, desde las altas cordilleras hasta el altiplano, captando como nadie el alma oculta de cada lugar y sus gentes. "Sus fotos, además, las revelaba al instante. Por eso es que casi siempre tenía las uñas negras, por los ácidos usados para el revelado".
Una tradición con herederos
Nadie, sin embargo, es eterno. Luis Domenico Gismondi murió en Perú en 1946, pero no sin antes ver cómo dos de sus 16 hijos heredaban sus artes: César, que montó un estudio en Lima, y Luis Adolfo, que hizo lo propio en la ciudad de La Paz.
Este último, precisamente, fue el que siguió con el archivo fotográfico de su padre en Bolivia. "Aunque con otro estilo". No le gustaba viajar, pero eso no fue escollo para que llegara a ser un profesional reconocido. Y la fama le llegó gracias a sus retratos. "Venían a buscarle mujeres de la alta sociedad de Santa Cruz, Beni y hasta desde Pando".
Su buena mano atrajo también a presidentes. Así, Tejada Sorzano, Germán Busch o René Barrientos, entre otros, fueron en algún momento víctimas de su lente. "Aunque nos faltan los más recientes, como Carlos de Mesa o Jaime Paz Zamora", reconoce Geraldine.
Pero para eso el estudio sigue todavía abierto, trabajando. Ya se han digitalizado 300 imágenes de las más antiguas del archivo, y otro montón de ellas en papel sepia y blanco y negro aún esperan para su entrada triunfal a la modernidad.
Un caballito de madera, con las crines desgastadas y sin cola, es el legado que ha pasado generación tras generación por manos de los Gismondi. A su lado han posado todos los de la familia cuando eran niños. Y hoy es un recuerdo vivo –casi más que las fotografías– que va a cumplir 100 años junto al archivo fotográfico de la familia en el 2007.
Todo comenzó durante los primeros años del siglo XX, cuando Luis Domenico Gismondi llegó de Europa para inaugurar un estudio fotográfico, que todavía permanece, en la calle del Comercio. Y trajo de todo, fondos con lindos paisajes y los mejores muebles de aquel tiempo, para acompañar escenas.
Por su lente pasaron cientos de personas. "A veces hasta desafiaba las normas de la época, llevando incluso a campesinos a su estudio, cuando estaba prohibido, para inmortalizarlos", relata su biznieta y heredera, Geraldine Gismondi.
No faltan tampoco las anécdotas. "Cuando podía –rescata Geraldine– sacaba a uno de sus hijos en fotografías panorámicas de plazas, calles o en medio de un paisaje.
Asimismo, recorrió el país en mula, desde las altas cordilleras hasta el altiplano, captando como nadie el alma oculta de cada lugar y sus gentes. "Sus fotos, además, las revelaba al instante. Por eso es que casi siempre tenía las uñas negras, por los ácidos usados para el revelado".
Una tradición con herederos
Nadie, sin embargo, es eterno. Luis Domenico Gismondi murió en Perú en 1946, pero no sin antes ver cómo dos de sus 16 hijos heredaban sus artes: César, que montó un estudio en Lima, y Luis Adolfo, que hizo lo propio en la ciudad de La Paz.
Este último, precisamente, fue el que siguió con el archivo fotográfico de su padre en Bolivia. "Aunque con otro estilo". No le gustaba viajar, pero eso no fue escollo para que llegara a ser un profesional reconocido. Y la fama le llegó gracias a sus retratos. "Venían a buscarle mujeres de la alta sociedad de Santa Cruz, Beni y hasta desde Pando".
Su buena mano atrajo también a presidentes. Así, Tejada Sorzano, Germán Busch o René Barrientos, entre otros, fueron en algún momento víctimas de su lente. "Aunque nos faltan los más recientes, como Carlos de Mesa o Jaime Paz Zamora", reconoce Geraldine.
Pero para eso el estudio sigue todavía abierto, trabajando. Ya se han digitalizado 300 imágenes de las más antiguas del archivo, y otro montón de ellas en papel sepia y blanco y negro aún esperan para su entrada triunfal a la modernidad.
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