El alma de los guaranís llega al cine

El cineasta boliviano Juan Carlos Valdivia cree haber logrado "atrapar el alma" del mundo guaraní en su filme "Yvy Maraey" para abrir una ventana a la filosofía, cosmovisión y el don de la palabra que poseen estos nativos del sureste de Bolivia. 

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El cineasta boliviano Juan Carlos Valdivia cree haber logrado "atrapar el alma" del mundo guaraní en su filme "Yvy Maraey" para abrir una ventana a la filosofía, cosmovisión y el don de la palabra que poseen estos nativos del sureste de Bolivia. 

Por Javier Aliaga

Con el estreno estos días del filme, "que camina al filo entre la ficción y el documental", Valdivia expone una riqueza indígena casi ignorada en Bolivia, más conocida por sus pueblos andinos.

El filme narra el viaje por tierra de un cineasta blanco (Valdivia, como Andrés) y un indígena (Elio Ortiz, como Yari) desde La Paz al corazón del mundo guaraní en el sureste de Bolivia en busca del Yvy Maraey o "Tierra Sin Mal" de este pueblo.

El filme arranca con la intención de Andrés de buscar el supuesto lugar donde hace más de cien años el explorador sueco Erland Nordenskiöld filmó a guaraníes salvajes, con plumas y taparrabos viviendo en un paraíso, aunque esa cinta es parte de la ficción.

Sin embargo, esa "Tierra Sin Mal" en la filosofía guaraní no necesariamente es un territorio, sino un estado de bienestar interior en los hombres, explicó Valdivia en una entrevista con Efe.

En la travesía a lo largo de más de mil kilómetros, las diferencias culturales de dos amigos, Andrés, (al que llaman 'Karai' o extranjero en lengua guaraní) y Yari, crean tensiones y la ocasión para reflexionar sobre sus identidades y el cine como arte.

La confrontación termina cuando Andrés enferma y al no poder contar con el auxilio de la medicina occidental es salvado por Yari, que se revela como un chamán con capacidades curativas, un don que él mismo desconocía por ser un crítico de los mitos de su cultura.

En el plano fotográfico de la cinta son memorables las vistas del Parque Kaa Iya, una gran reserva natural de Bolivia, y los bañados del Izozog, unos pantanos surgidos del cauce desbordado del río Parapetí, que son una invitación al turismo en esa remota región boliviana.

Aunque con dificultades, Valdivia logró filmar en la comunidad de Tentayapi, donde unos pocos centenares de guaranís se han aislado de forma voluntaria para mantener sus tradiciones centenarias y no aceptan carreteras o escuelas, ni ser filmados o fotografiados.

"Ellos consideran que la cámara atrapa el alma y eso es cierto. A dónde llevas esa alma y para qué la utilizas depende de la intención de cada quien y creo que la película ha atrapado el alma del pueblo guaraní para un bien", sostuvo por su parte Elio Ortiz a Efe.

Ortiz, que como Valdivia actúa por primera vez en un filme es un comunicador y antropólogo guaraní.

A su juicio, la película ayuda a que el guaraní "siga viviendo, no muera y se haga conocer y se haga entender con el otro" porque "hay mucha gente que va, trae imágenes y los atrapa para matarlos, para vivir comercialmente de la cultura de los indígenas".

Los habitantes de Tentayapi, considerada como una reserva pura de las formas de ser guaraní, aceptaron con reparos que se filme una de sus fiesta, pero no se cumplió lo previsto en el guion, según Ortiz.

A propósito de ese episodio, Valdivia profundiza en sus reflexiones sobre el cine y llega a afirmar en el filme, por medio de Andrés, que el séptimo arte es "un arma de destrucción" y las películas sobre indígenas pueden ser "una forma de genocidio".

Según el director, en ese sentido va el propósito "del hombre blanco de ir a fotografiar al indio, de irlo a utilizar como pieza de museo".

El cineasta considera que la falta de respeto a la hora de retratarlo todo "sí puede ser un arma de destrucción, sobre todo para culturas tan delicadas".

Valdivia decidió filmar "Yvy Maraey" y rechazar, en cambio, las peticiones de comunidades guaranís de llevar al cine la matanza de Kuruyuqui, un episodio negro de la historia de esta etnia que data de 1892, cuando el Ejército y los hacendados masacraron a 6.000 indígenas.

"No quise hablar de ese momento tan terrible. Además, creo que, si no eres Hollywood, es imposible filmar una batalla de esas con los recursos que tenemos. Pero, Kuruyuqui fue un etnocidio y seguir ahondando en eso ya es un poco masoquista", sostuvo.

Esta coproducción boliviana, mexicana y noruega optó por mostrar la cultura viva de los guaranís y reflexionar sobre el valor de la interculturalidad en "el intento desesperado de un hombre por conocerse a sí mismo a través del otro", según Valdivia. EFE 

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