Villa Serrano, pueblo de gigantes
Miércoles, 04 / Feb / 2004
(La Paz - La Razón)
Todo empezó con las ocurrencias del maestro Mauro Núñez, quien se dedicó a levantar obras de grandes proporciones en el pueblo. Ahora, un charango ejecutado por tres personas se suma a la colección.
Es virtuoso, robusto. Abofetea las cuerdas del charango como si las sacudiera el viento. En Villa Serrano, pequeña población a 190 kilómetros de la ciudad de Sucre, cae la noche. Es un atardecer de azules sin violetas, pero suave. Marcio Lambertín Ojeda, profesor de educación musical y plástica, no suelta ni un minuto un charango que ha tallado con sus manos. El cabello, canoso pero abundante, se le estira hacia la espalda, resguardando los 64 cumplidos. Sus manos son tan grandes que sus dedos ocultan tras de sí las cuerdas del instrumento. Fue discípulo de Mauro Núñez, un maestro del folklor y amante de lo gigante.
Villa Serrano está en silencio. El río Pescado baña las tierras y riega los cultivos. El cerro Achachi, con sus 3.840 metros, se alza como un eterno vigilante. En las salidas del pueblo, hacia Santa Cruz y hacia Tarija, dos cruces dan muestra de la devoción de sus 3.000 habitantes. Son pequeñas, extraño para un pueblo que está más que acostumbrado a pensar todo a lo grande. Tras las paredes de la Alcaldía está el secreto.
Allá se guardan instrumentos y esculturas de descomunales proporciones que se levantan como estacas. Su última locura fue un charango, el más grande del planeta, que con sus más de 6,14 metros de largo y 1,15 de ancho pretende hacer historia siendo inscrito en el Libro Guinness de los Récords. Fue presentado al mundo el 17 de enero, y ya es un orgullo para el pueblo.
Todo encaja. Villa Serrano, de por sí, es tierra de charangos y, al igual que ocurre en Moxos con los violines, en esta región los más pequeños de la zona se familiarizan con el charango desde la edad más temprana. Después, Mauro Núñez —que en 1902
vio la luz en esta semiperdida población chuquisaqueña— se encargó de armar el resto de las piezas que han dado a conocer este lugar en muchos de los rincones de Bolivia. Por eso, en 1973, cuando murió, dio la sensación de que su obra quedaría inconclusa. "Fue muy triste —recuerda Marcio Lambertín—. Él nos pidió que lo despidiéramos con música y así lo hicimos. Nadie podía arrancar con la quena, ni con el bombo ni con nada. Pero nos animamos y llegamos en romería de Sucre hasta Villa Serrano, como él quería".
Su funeral, lo dicho, fue todo un acontecimiento, tanto que parecía haber sido diseñado por él mismo. Mauro concibió siempre sus obras a lo grande. En vida, fabricó lo que luego serían los símbolos del pueblo. En su trabajo sólo se atenía a una premisa: lo que hacía debía derrochar enormidad por los cuatro costados. De ahí que de sus estadías en el pueblo —viajaba de Sucre a Villa Serrano en sus vacaciones para levantar los monumentos— nacieran obras tales como una mano izquierda gigante, donde yacen las coordenadas de la villa; un bombo de tres cueros, con ansias semejantes de magnitud o una serie de monolitos con las tres fases tiwanakotas elaboradas en algarrobo, la misma madera que utilizaban las grandes ferroviarias, por su dureza, para los durmientes de una línea de la que solamente queda el esqueleto. Hoy, siguiendo con aquella tradición, en un enorme charango descansa la memoria de Núñez.
El sueño del maestro
"Mauro era muy especial, un querendón de su pueblo". Así lo describe Jaime Palenque, uno de los oriundos que se ha encargado de dar vida al charango gigante que le rinde ya homenaje en Villa Serrano. Junto a él, otros artesanos —entre los que destacan Hugo Chavarría, Hermógenes Espada y Johnny Reyes— se han preocupando minuciosamente de tallar y dar forma a la tapa, las clavijas, el diapasón, los trastes y las
cuerdas del instrumento. Para su ejecución se necesitan al menos tres músicos: dos que realicen las pisadas para arrancar los sonidos y otro que se ocupe del manipuleo de las cuerdas.
A Mauro le hubiera gustado oírlo. El pasado 17 de enero se hizo realidad el sueño del maestro y una de sus piezas —de las más de 30 que compuso entre cuecas, bailecitos, huayños y temas navideños— se escuchó de cruz a cruz por todo el pueblo. El asunto, sin embargo, no fue cosa de un día. El proyectó comenzó el año 2000.
Nace el gigante de cuerdas
Primero fue una idea, propuesta por el artesano Delín Sansagorda, quien planteó que se hiciera un monumento al charango, obra que se pretendía trabajar en una madera de dos metros. Pronto este concepto sufrió transformaciones y, en mayo de ese mismo año, se determinó que lo que se tenía que construir era el instrumento y que debía ser lo más grande posible. Villa Serrano recuperaba, de esa manera, su espíritu recio de gigante.
Para la tarea y tras varios intentos fallidos con troncos de nogal —estaban podridos—, el año 2002 se encomendó la misión de buscar el "palo" adecuado al comunario Apolinar Estepa, quien finalmente dio con un tronco de 200 años, de la especie tipa, que podía servir para la construcción del charango. Su traslado hasta el pueblo fue casi inmediato.
Comenzó entonces la siguiente fase. La Alcaldía encargó a Justo Noya la fabricación de las herramientas y, una vez listas, se iniciaron los últimos pasos: el vaciado y el tallado, que fueron, sin duda, lo más vistoso. En él, los artesanos pusieron alma, corazón y vida.
El resultado, por ende, no desmerece el esfuerzo realizado, y el charango viene a ser una mezcla casi perfecta de dibujos y maderas. "El instrumento está hecho en tipa, pero para el diapasón hemos usado moradillo; para la tapa, nogal y para las clavijas, mara", explica
Jaime Palenque. Luego, los motivos que ilustran esta maravilla van igualmente a la zaga de los materiales. En la parte posterior están el escudo de la provincia, una zapateadora, el sol, una zampoña, una máscara de teatro, el cuerno de la abundancia con la producción agrícola de la zona, el rostro de un campesino del norte con su arado, el cerro Achachi y la imagen de un anciano. En la otra parte, en el clavijero, se tallaron el perfil de Mauro Núñez, una tinaja, un laurel, un libro, espigas y una cinta con una inscripción de amables intenciones: "De Serrano, chapas al mundo".
Dejando huella
Villa Serrano ya tiene un charango que está a su altura, la que el pueblo mismo se ha impuesto desde que decidió hacer caso a las excéntricas ideas de don Mauro Núñez. "Quién se lo iba a imaginar —dice Marcio— cuando hace ya una montonera de años, el maestro vino con placas para nombrar a cada una de las calles del pueblo".
Razón no le falta, porque mal no les ha ido. La economía del pueblo goza de buena salud gracias a la producción de chicha, tubérculos y duraznos, y la región se ha convertido en todo un atractivo turístico gracias a las obras gigantescas de don Mauro que han traspasado las fronteras. "Envió uno de sus charangos a Rusia y otro a la NASA, en Estados Unidos. Éstos eran rústicos, como a él le gustaban, sin uniformidad y con una quijada arriba y otra abajo", recuerda Marcio. Hoy, el nombre de Villa Serrano va asociado al de Mauro Núñez y el de Mauro Núñez a Villa Serrano. Son tal para cual. En toda la región lo saben. Sucre, por ejemplo, alberga en la Casa de la Libertad, para no olvidarse, un enorme busto de Simón Bolívar que lleva la firma del autor serraniense.
Marcio apura sereno algunos acordes. Las manos del discípulo entonan lo que pudiera ser un huayño y en Villa Serrano atardece a su manera, es decir, a lo grande…
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Es virtuoso, robusto. Abofetea las cuerdas del charango como si las sacudiera el viento. En Villa Serrano, pequeña población a 190 kilómetros de la ciudad de Sucre, cae la noche. Es un atardecer de azules sin violetas, pero suave. Marcio Lambertín Ojeda, profesor de educación musical y plástica, no suelta ni un minuto un charango que ha tallado con sus manos. El cabello, canoso pero abundante, se le estira hacia la espalda, resguardando los 64 cumplidos. Sus manos son tan grandes que sus dedos ocultan tras de sí las cuerdas del instrumento. Fue discípulo de Mauro Núñez, un maestro del folklor y amante de lo gigante.
Villa Serrano está en silencio. El río Pescado baña las tierras y riega los cultivos. El cerro Achachi, con sus 3.840 metros, se alza como un eterno vigilante. En las salidas del pueblo, hacia Santa Cruz y hacia Tarija, dos cruces dan muestra de la devoción de sus 3.000 habitantes. Son pequeñas, extraño para un pueblo que está más que acostumbrado a pensar todo a lo grande. Tras las paredes de la Alcaldía está el secreto.
Allá se guardan instrumentos y esculturas de descomunales proporciones que se levantan como estacas. Su última locura fue un charango, el más grande del planeta, que con sus más de 6,14 metros de largo y 1,15 de ancho pretende hacer historia siendo inscrito en el Libro Guinness de los Récords. Fue presentado al mundo el 17 de enero, y ya es un orgullo para el pueblo.
Todo encaja. Villa Serrano, de por sí, es tierra de charangos y, al igual que ocurre en Moxos con los violines, en esta región los más pequeños de la zona se familiarizan con el charango desde la edad más temprana. Después, Mauro Núñez —que en 1902
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Su funeral, lo dicho, fue todo un acontecimiento, tanto que parecía haber sido diseñado por él mismo. Mauro concibió siempre sus obras a lo grande. En vida, fabricó lo que luego serían los símbolos del pueblo. En su trabajo sólo se atenía a una premisa: lo que hacía debía derrochar enormidad por los cuatro costados. De ahí que de sus estadías en el pueblo —viajaba de Sucre a Villa Serrano en sus vacaciones para levantar los monumentos— nacieran obras tales como una mano izquierda gigante, donde yacen las coordenadas de la villa; un bombo de tres cueros, con ansias semejantes de magnitud o una serie de monolitos con las tres fases tiwanakotas elaboradas en algarrobo, la misma madera que utilizaban las grandes ferroviarias, por su dureza, para los durmientes de una línea de la que solamente queda el esqueleto. Hoy, siguiendo con aquella tradición, en un enorme charango descansa la memoria de Núñez.
El sueño del maestro
"Mauro era muy especial, un querendón de su pueblo". Así lo describe Jaime Palenque, uno de los oriundos que se ha encargado de dar vida al charango gigante que le rinde ya homenaje en Villa Serrano. Junto a él, otros artesanos —entre los que destacan Hugo Chavarría, Hermógenes Espada y Johnny Reyes— se han preocupando minuciosamente de tallar y dar forma a la tapa, las clavijas, el diapasón, los trastes y las
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A Mauro le hubiera gustado oírlo. El pasado 17 de enero se hizo realidad el sueño del maestro y una de sus piezas —de las más de 30 que compuso entre cuecas, bailecitos, huayños y temas navideños— se escuchó de cruz a cruz por todo el pueblo. El asunto, sin embargo, no fue cosa de un día. El proyectó comenzó el año 2000.
Nace el gigante de cuerdas
Primero fue una idea, propuesta por el artesano Delín Sansagorda, quien planteó que se hiciera un monumento al charango, obra que se pretendía trabajar en una madera de dos metros. Pronto este concepto sufrió transformaciones y, en mayo de ese mismo año, se determinó que lo que se tenía que construir era el instrumento y que debía ser lo más grande posible. Villa Serrano recuperaba, de esa manera, su espíritu recio de gigante.
Para la tarea y tras varios intentos fallidos con troncos de nogal —estaban podridos—, el año 2002 se encomendó la misión de buscar el "palo" adecuado al comunario Apolinar Estepa, quien finalmente dio con un tronco de 200 años, de la especie tipa, que podía servir para la construcción del charango. Su traslado hasta el pueblo fue casi inmediato.
Comenzó entonces la siguiente fase. La Alcaldía encargó a Justo Noya la fabricación de las herramientas y, una vez listas, se iniciaron los últimos pasos: el vaciado y el tallado, que fueron, sin duda, lo más vistoso. En él, los artesanos pusieron alma, corazón y vida.
El resultado, por ende, no desmerece el esfuerzo realizado, y el charango viene a ser una mezcla casi perfecta de dibujos y maderas. "El instrumento está hecho en tipa, pero para el diapasón hemos usado moradillo; para la tapa, nogal y para las clavijas, mara", explica
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Dejando huella
Villa Serrano ya tiene un charango que está a su altura, la que el pueblo mismo se ha impuesto desde que decidió hacer caso a las excéntricas ideas de don Mauro Núñez. "Quién se lo iba a imaginar —dice Marcio— cuando hace ya una montonera de años, el maestro vino con placas para nombrar a cada una de las calles del pueblo".
Razón no le falta, porque mal no les ha ido. La economía del pueblo goza de buena salud gracias a la producción de chicha, tubérculos y duraznos, y la región se ha convertido en todo un atractivo turístico gracias a las obras gigantescas de don Mauro que han traspasado las fronteras. "Envió uno de sus charangos a Rusia y otro a la NASA, en Estados Unidos. Éstos eran rústicos, como a él le gustaban, sin uniformidad y con una quijada arriba y otra abajo", recuerda Marcio. Hoy, el nombre de Villa Serrano va asociado al de Mauro Núñez y el de Mauro Núñez a Villa Serrano. Son tal para cual. En toda la región lo saben. Sucre, por ejemplo, alberga en la Casa de la Libertad, para no olvidarse, un enorme busto de Simón Bolívar que lleva la firma del autor serraniense.
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