La desilusión inspira a Jorge Campero
Cultura - Martes, 12 / Jul / 2005
(La Paz - La Razón)
El refugio del vate está en los linderos de la urbe paceña. Además de buscar que su obra llegue al lector, sueña con vivir entre los personajes de Saenz.
Los grandes de la literatura universal asoman por todos los rincones de la estrecha habitación. Afuera es media tarde, pero el poeta tarijeño de 52 años prefiere que en su refugio sea siempre de noche y se asegura de que el tiempo no gobierne en su espacio de creación.
La literatura y Jorge Campero iniciaron el viaje hace más de 30 años en el lugar más prosaico. Entre plantaciones de plátano y yuca —en los Yungas paceños— el dos veces ganador del Premio Nacional de Poesía (2001 y 2002) se acercó a la obra de los narradores del Siglo de Oro español y a las revolucionarias ideas de los cientistas políticos de la época.
“¡Imagínate..!”, vocifera mientras con dificultad acomoda su cuerpo en el vetusto catre de madera que también cumple las funciones de sillón. “Una impresionante biblioteca en medio del monte sólo para mí”, sonríe.
Aún adolescente, el escritor administraba su tiempo entre el trabajo en una pequeña hacienda de Alcocha —pueblo ubicado entre la ciudad de La Paz y la localidad de Guanay—, la lectura y sus primeros intentos poéticos.
Durante siete años, la exuberante naturaleza circundante y los furtivos amores adolescentes le sirvieron de musa al autor de Promiscuas (1976) y A boca de jarro (1979), sus primeros poemarios publicados.
Inquieto, el joven se animó entonces a recorrer varias ciudades y poblaciones del país en busca de un lugar donde establecerse. Fue La Paz, al final, la que le sedujo. Al momento de elegir qué estudiar, dudó de su talento literario y se inscribió en la carrera de Auditoría de la Universidad Mayor de San Andrés (UMSA).
¿La primera lección aprendida por el autor? Que “el mundo de los números y el de la poesía no se habían llevado bien”.
El refugio de Jorge Campero —en los confines de la zona Sur paceña— está a medio construir, como el barrio que poco a poco va recibiendo los avances de la ciudad. Por las paredes agrietadas del interior, un haz de luz compite con el tímido destello de un foco de 60 wats. El escritor, con destreza, transporta ese foco por los extremos de su habitación descubriendo los retratos de amigos y un altar donde habita la figura de Frida Khalo.
De pronto, su ronca voz vuelve a romper el silencio. “¿Sabes?, pertenezco a una generación estafada”. Es el recuerdo de los ideales de la lucha intelectual boliviana durante las dictaduras la que le invade. “Se desmoronaron con los fracasos de aquellos que manejaron la democracia”.
La desilusión del poeta se expresa en su escritura, a la que él define como “mordaz” y “un intento de desgarrar la mirada”.
Las temáticas que trata Campero en la mayoría de sus obras desnudan las problemáticas de la sociedad boliviana y retratan al amor, pero de una manera ácida, descarnada, “sin final feliz y tan real y contradictoria como es la esencia de los seres humanos”.
La poesía “no solamente debe tener belleza, sino inteligencia”, sentencia y su mirada se pierde en el fragancioso humo del Palo Santo que acaba de encender.
“No escribo para que guste a los demás. Yo hablo de las experiencias humanas; las amargas, las felices, las agrias... Comparo el escribir con el simple acto de cocinar: nunca se debe exagerar en el uso de los ingredientes”.
Campero, al cocinar sus obras, evita lo dulzón, “eso está bien para Los Iracundos”. En cambio, “yo me expreso de una forma más dura y apegado siempre a la realidad que vive una pareja, con los inevitables engaños incluidos...”.
El ambiente se llena de ritmos indios navajos y la esencia de Palo Santo comienza a disiparse. Entonces, el poeta reflexiona sobre uno de los temas recurrentes en su trabajo literario: la muerte.
“Es una puertita por la que todos vamos a pasar y pareciera que a través de mi obra empiezo a escribir mi propio epitafio”.
A la hora de evaluar el desarrollo poético del país, Campero es crítico y no oculta su desencanto ante la falta de apoyo. Pero sigue creando y ahora prepara la publicación de su nuevo poemario, Corazón ardiente, que será presentado en la Feria Internacional de Libro a desarrollarse en La Paz el próximo mes de agosto.
“Gracias por visitar la calle Jaime Saenz”, se despide, mientras apunta desde su descolorida puerta metálica la empolvada vía que él mismo bautizó hace años.
Su admiración por el poeta paceño le ha llevado a estructurar un ambicioso proyecto: que todas las calles de su urbanización —hoy no identificadas— se llamen como los personajes de Saenz: Felipe Delgado, Narciso Lima Achá, el Sr. Balboa...
Bolero de Charles
Sé que te antojas una vidita de primera Dama de la Nación
que estar parqueada ordeñando tristezas de vaca retratada.
Tu rostro mi rostro reflejados en el plato de sopa
agonizantes zambullidos calientes ahogados
respirando por los orificios de fideos.
Es hora del hambre que algunos toco mirar.
Nada de celos, no es a mí que desean las desnudas de los
almanaques anunciando cervezas y oil.
Pensativos unos a otros imaginan paisajes,
grandes salones de fiestas.
Desangradas enamoradas carne buena del altiplano en un letrero
¿Y qué de la alegría de las pequeñas cosas?
¡Maldita borracha realidad! cacarean gallinas huevos de oro.
Piojo humano social estacionado clase media mirando
no percibes salarios, recibes puteadas del sol.
Fragmento de la poesía que se publicará en Corazón ardiente
Los grandes de la literatura universal asoman por todos los rincones de la estrecha habitación. Afuera es media tarde, pero el poeta tarijeño de 52 años prefiere que en su refugio sea siempre de noche y se asegura de que el tiempo no gobierne en su espacio de creación.
La literatura y Jorge Campero iniciaron el viaje hace más de 30 años en el lugar más prosaico. Entre plantaciones de plátano y yuca —en los Yungas paceños— el dos veces ganador del Premio Nacional de Poesía (2001 y 2002) se acercó a la obra de los narradores del Siglo de Oro español y a las revolucionarias ideas de los cientistas políticos de la época.
“¡Imagínate..!”, vocifera mientras con dificultad acomoda su cuerpo en el vetusto catre de madera que también cumple las funciones de sillón. “Una impresionante biblioteca en medio del monte sólo para mí”, sonríe.
Aún adolescente, el escritor administraba su tiempo entre el trabajo en una pequeña hacienda de Alcocha —pueblo ubicado entre la ciudad de La Paz y la localidad de Guanay—, la lectura y sus primeros intentos poéticos.
Durante siete años, la exuberante naturaleza circundante y los furtivos amores adolescentes le sirvieron de musa al autor de Promiscuas (1976) y A boca de jarro (1979), sus primeros poemarios publicados.
Inquieto, el joven se animó entonces a recorrer varias ciudades y poblaciones del país en busca de un lugar donde establecerse. Fue La Paz, al final, la que le sedujo. Al momento de elegir qué estudiar, dudó de su talento literario y se inscribió en la carrera de Auditoría de la Universidad Mayor de San Andrés (UMSA).
¿La primera lección aprendida por el autor? Que “el mundo de los números y el de la poesía no se habían llevado bien”.
El refugio de Jorge Campero —en los confines de la zona Sur paceña— está a medio construir, como el barrio que poco a poco va recibiendo los avances de la ciudad. Por las paredes agrietadas del interior, un haz de luz compite con el tímido destello de un foco de 60 wats. El escritor, con destreza, transporta ese foco por los extremos de su habitación descubriendo los retratos de amigos y un altar donde habita la figura de Frida Khalo.
De pronto, su ronca voz vuelve a romper el silencio. “¿Sabes?, pertenezco a una generación estafada”. Es el recuerdo de los ideales de la lucha intelectual boliviana durante las dictaduras la que le invade. “Se desmoronaron con los fracasos de aquellos que manejaron la democracia”.
La desilusión del poeta se expresa en su escritura, a la que él define como “mordaz” y “un intento de desgarrar la mirada”.
Las temáticas que trata Campero en la mayoría de sus obras desnudan las problemáticas de la sociedad boliviana y retratan al amor, pero de una manera ácida, descarnada, “sin final feliz y tan real y contradictoria como es la esencia de los seres humanos”.
La poesía “no solamente debe tener belleza, sino inteligencia”, sentencia y su mirada se pierde en el fragancioso humo del Palo Santo que acaba de encender.
“No escribo para que guste a los demás. Yo hablo de las experiencias humanas; las amargas, las felices, las agrias... Comparo el escribir con el simple acto de cocinar: nunca se debe exagerar en el uso de los ingredientes”.
Campero, al cocinar sus obras, evita lo dulzón, “eso está bien para Los Iracundos”. En cambio, “yo me expreso de una forma más dura y apegado siempre a la realidad que vive una pareja, con los inevitables engaños incluidos...”.
El ambiente se llena de ritmos indios navajos y la esencia de Palo Santo comienza a disiparse. Entonces, el poeta reflexiona sobre uno de los temas recurrentes en su trabajo literario: la muerte.
“Es una puertita por la que todos vamos a pasar y pareciera que a través de mi obra empiezo a escribir mi propio epitafio”.
A la hora de evaluar el desarrollo poético del país, Campero es crítico y no oculta su desencanto ante la falta de apoyo. Pero sigue creando y ahora prepara la publicación de su nuevo poemario, Corazón ardiente, que será presentado en la Feria Internacional de Libro a desarrollarse en La Paz el próximo mes de agosto.
“Gracias por visitar la calle Jaime Saenz”, se despide, mientras apunta desde su descolorida puerta metálica la empolvada vía que él mismo bautizó hace años.
Su admiración por el poeta paceño le ha llevado a estructurar un ambicioso proyecto: que todas las calles de su urbanización —hoy no identificadas— se llamen como los personajes de Saenz: Felipe Delgado, Narciso Lima Achá, el Sr. Balboa...
Bolero de Charles
Sé que te antojas una vidita de primera Dama de la Nación
que estar parqueada ordeñando tristezas de vaca retratada.
Tu rostro mi rostro reflejados en el plato de sopa
agonizantes zambullidos calientes ahogados
respirando por los orificios de fideos.
Es hora del hambre que algunos toco mirar.
Nada de celos, no es a mí que desean las desnudas de los
almanaques anunciando cervezas y oil.
Pensativos unos a otros imaginan paisajes,
grandes salones de fiestas.
Desangradas enamoradas carne buena del altiplano en un letrero
¿Y qué de la alegría de las pequeñas cosas?
¡Maldita borracha realidad! cacarean gallinas huevos de oro.
Piojo humano social estacionado clase media mirando
no percibes salarios, recibes puteadas del sol.
Fragmento de la poesía que se publicará en Corazón ardiente